Lo que deberíamos saber acerca de la Biblia - (Parte 3 de 3)
- Aarón Pérez
- 3 sept 2020
- 13 Min. de lectura

Nuevo Testamento
“No tener escritos propios (el cristianismo) tenía un cierto fundamento. En primer lugar, Jesús no escribió nada, ni tampoco ordenó a sus discípulos que compusieran libros para conservar sus palabras. Segundo, los cristianos primitivos no pensaban que estuvieran formando una nueva religión. Si se le hubiera preguntado a Pablo, incluso al final de su vida, si él estaba configurando una religión nueva, consideraría la pregunta un disparate. El Apóstol había dejado claro en su Carta a los romanos, que los nuevos creyentes, incluidos los paganos, no eran más que un injerto en el olivo antiguo de la religión judía. Los creyentes en Jesús se consideraban más bien, lo mismo que los autores de los manuscritos del mar Muerto, el verdadero Israel, continuador y perfeccionador de la antigua y venerable religión de los antepasados. A ese nuevo Israel se habrían de incorporar un cierto número de paganos determinado por Dios y predicho por los profetas para constituir el Israel entero a la espera del final de la historia”. – Guia Para Entender el Nuevo Testamento, Antonio Piñero
La biblia católica, al igual que todas las cristianas, agregan un Nuevo Testamento dedicado a la vida de Jesús y sus seguidores (los evangelios, epístolas, etc.). Estos libros no están incluidos en el canon judío, y por consiguiente, el judaísmo no reconoce los términos "antiguo" y "nuevo" testamento. Adán, Noé, Abrahán, Moisés, Aarón, Jesús y María son figuras que aparecen también en el Corán, aunque sus “historias” no coinciden exactamente con las del relato bíblico. En el Corán, Jesús se inscribe entre los grandes profetas, predecesor de Mahoma. En ningún caso se le reconoce como hijo de Dios. Por este motivo, el Corán califica a los cristianos de “asociadores”, ya que “asocian” al Dios único un Hijo de igual naturaleza. Del mismo modo, hay que entender las menciones al Espíritu Santo. Para un cristiano es Espíritu de Dios, expresión del amor existente entre el Padre y el Hijo. En el Corán, el Espíritu es una emanación divina, pero no forma parte de su misma naturaleza. Para el Islam, el Corán es la palabra revelada de Dios. Y el Profeta Mahoma es sólo su transmisor. Porque esa palabra ha sido dictada íntegramente por Dios mismo. Para el cristiano, la Palabra de Dios es una persona, Verbo encarnado en Jesús, la Palabra de Dios hecha hombre, y no un libro. El Nuevo Testamento nos transmite esa Palabra viva por testimonio de los apóstoles.
• Los evangelios son legendarios desde el punto de vista de los historiadores
• Al ser legendarios son interpretativos
• El Nuevo Testamento fue probablemente escrito en el griego koiné.

Solo en el siglo II tenemos testimonios del uso por parte de los cristianos de Nuevo Testamento para designar un corpus de escritos propios, lo que condujo en último término de la utilización de Antiguo Testamento para designar las Escrituras de Israel. Habrían de transcurrir algunos siglos más antes de que los cristianos de las iglesias latina y griega llegaran a un amplio consenso sobre los 27 libros que debían incluirse en una colección normativa o canónica. Mucha gente supone que los cristianos tuvieron siempre Biblias tal como las tenemos hoy, o que los escritos cristianos existieron desde el principio. Por el contrario la formación del Nuevo Testamento, que implica la redacción y la conservación de los libros compuestos por los seguidores de Jesús, fue un asunto complicado. Un factor importante que contribuyo a que los primeros cristianos fueran un tanto lentos en componer sus propios libros fue que Jesús, al contrario que Moisés, quien según la tradición fue el autor del Pentateuco, no compuso libros que contuvieran su revelación. En ninguna parte se dice que Jesús durante su vida hubiera escrito una sola palabra, o que hubiera ordenado a sus discípulos componer libros. La proclamación del reino de Dios hecha presente en su persona no dependía de la transmisión escrita. Ademas, las primeras generaciones tenían un talante fuertemente escatológico: para ellos los últimos tiempos estaban a la vuelta de la esquina, y no les cabía duda de que Jesús habría de retornar pronto.
Los testimonios más antiguos, indican que se predicaba a Jesús en griego, los cristianos tendieron a citar las Escrituras Judías en su traducción griega, en especial la versión llamada de los Sesenta (Septuaginta, LXX). Esto significo que las iglesias latina, griega y orientales aceptaran como canónico un Antiguo testamento más amplio que la colección de Escrituras admitida por los judíos del periodo rabínico. Muchos siglos más tarde en la iglesia occidental algunos reformadores protestantes optaron por considerar normativo solo el canon judío, pero la iglesia católica en el Concilio de Trento reconocido como canónicos siete libros mas que habían sido usado durante siglos en la Iglesia, libros conocidos como apócrifos en las Biblias protestantes y como deuterocanónicos en el lenguaje católico. Todos estos libros se compusieron antes de la época de Jesús, y probablemente algunos de ellos eran usados y citados por los autores del Nuevo Testamento. De acuerdo con estos presupuestos, sería deseable tener una cierta familiaridad con estos escritos, sea o no Escrituras sagradas en la tradición de cada uno. Es muy recomendable tener una Biblia que los contenga.
No es accidental, que las cartas fueran la primera literatura cristiana que conocemos puesto que están concebidas para responder a problemas inmediatos y acuciantes, se compaginan bien con una escatología urgente. El que esas cartas fueran escritas por Pablo aclara otro factor en el surgimiento de la literatura cristiana. Pablo era un apóstol itinerante que predicaba a Jesús en una ciudad y luego se trasladaba a otra. Las cartas fueron su medio de comunicación con los conversos que vivían lejos de el. Asi en la década de los años cincuenta del siglo I Pablo produjo los primeros documentos cristianos que han llegado a nosotros.
El Nuevo Testamento es un conjunto de escritos de origen y carácter muy diferentes que unidos entre si forman la parte principal de la Biblia cristiana. Es a la vez un libro y un conjunto de libros. No es una obra simple, unitaria, sino un complejo de escritos que a menudo no concuerdan entre sí: cada una de sus partes muestra a veces ideas diferentes. Al ser el Nuevo Testamento un conjunto de obras de enfoques diferentes, no es de extrañar que el lector detecte entre ellas tensiones y divergencias teológicas, incluso contradicciones. Cada obra, o a veces bloques de obras, presentan su propia opción ideológica. Por ejemplo, hay un abismo entre la concepción de la fe de las Epístolas a los gálatas y romanos y la de la Epístola de Santiago; o se perciben muchas diferencias, casi insalvables, entre las imágenes de Jesús de los tres primeros evangelios y la del Evangelio de Juan. Igualmente el pensamiento sobre la Iglesia, el matrimonio, o el retorno de Jesús como mesías y juez final no es el mismo, ni mucho menos, en las cartas auténticas de Pablo y en las compuestas en su nombre por sus discípulos (por ejemplo, las Epístolas pastorales).

El Nueva Testamento es casi en su totalidad una producción anónima. Aunque cada una de sus 27 obras lleva el nombre de un autor, en realidad tal atribución es engañosa: o bien nada sabemos de tal autor, o bien la atribución es errónea. Sólo siete cartas (1 Tes, 1 y 2 Cor, Ef, F!p, Gal y Rom) llevan la marca de un mismo escritor que nos es relativamente bien conocido: Pablo de Tarso. La Iglesia antigua no tuvo especial afán crítico o histórico por determinar con exactitud si los nombres de autor atribuidos al resto de las obras contenidas en su canon de Escrituras eran en verdad sus auténticos autores. Las obras del Nuevo Testamento tienen al menos cuatro características en común:
Primera: sus autores fueron todos judíos, del siglo l de nuestra era. El Nuevo Testamento es, por tanto, un producto judío y pertenece de lleno a la historia de la literatura judía.
Segunda: su entorno sociológico e histórico es el Mediterráneo oriental del siglo I, una época efervescente en lo religioso que generó muchas ideas.
Tercera: todos sus autores escribieron en griego con mayor o menor elegancia. Algunos eran de lengua materna aramea, y eso se trasluce en su modo de redactar y en sus ideas, pero todos están conformados de algún modo por la mentalidad griega que va unida a la lengua y su uso. En este sentido el Nuevo Testamento pertenece también por derecho a la historia de la literatura griega. Es un producto judío y a la vez, un producto griego.
Cuarta: todos los autores intentan explicar el mundo y el ser humano en su relación con Dios a través de la fe en una misma persona, Jesús de Nazaret. Jesús es el mesías verdadero, el Hijo de Dios, aunque cada autor puede divergir de los otros en cómo entiende concretamente ese mesianismo y esa filiación divina.
El Orden
A lo largo de los siglos los libros del Nuevo Testamento han aparecido en las listas eclesiásticas en secuencias diferentes, de modo que el orden canonico familiar en nuestras Biblias no fue siempre lo mismo. Algunas de estas listas fueron confeccionadas según principios que nada tienen que ver con el significado. Por ejemplo las cartas paulinas a las diversas comunidades fueron ordenadas por su tamaño, desde la más larga la más breve. El lector de hoy lee el Nuevo Testamento en un orden y disposición que procede de los siglos IV y V, y así suele imprimirse el Nuevo Testamento desde la invención de la imprenta. Sin embargo, este orden es un tanto curioso y en algún aspecto puede despistar al lector y no ayudar en absoluto a su comprensión del texto. El lector tiende a creer que los Evangelios se compusieron primero cronológicamente, y posteriormente Pablo escribió sus cartas. Esto no es así. La primera composición del Nuevo Testamento es la Carta primera a los tesalonicenses, que fue redactada hacia el 51 d.C. De los evangelios, el primero, el de Marcos, fue compuesto hacia el 70/71 d.C, y el último, el de Juan, hacia el 90/100 d.C. Sería ideal que el lector leyera las obras del Nuevo Testamento en orden cronológico de composición (en tanto en cuanto puede fijarse), puesto que ello le ayudaría a comprender cómo el Nuevo Testamento es una obra compleja que va evolucionando en sus doctrinas.
El corpus paulino no está dispuesto por orden cronológico en nuestras ediciones del Nuevo Testamento. Justamente la primera epístola con la que se encuentra el lector es Romanos, que es cronológicamente la última. Al igual que en otros conjuntos del Nuevo Testamento, es importante leer las cartas paulinas según su orden temporal de composición, porque Pablo va progresando en su pensamiento. La disposición actual está curiosamente ordenada por algo que en sí tiene muy poca importancia: el tamaño de las cartas: de mayor a menor según tres bloques: Rom, 1 Cor, 2 Cor, Gal / Ef, Flp, Col, 1 Tes, -2 Tes / 1 Tim, 2 Tim, Tt, FIm. Curiosamente esta disposición produce otros efectos nocivos. Las llamadas Epístolas «católicas» o «universales», es decir, dirigidas no a una comunidad particular de la Iglesia sino a todas, no son en realidad «universales». Al menos 3 Jn está dirigida a una persona en concreto, y 2 Jn y 1 Pe están escritas para una o unas determinadas iglesias particulates. Sólo el encabezamiento de 2 Pe y parcialmente el de Sant hacen justicia a esa ordenación y agrupación como «epístolas universales». En síntesis: la disposición u orden, y el modo actual de imprimir el Nuevo Testamento no ayudan precisamente al lector a entenderlo bien.
Al principio de su existencia los grupos cristianos tenían las mismas Escrituras sagradas que el judaísmo, su religión madre, y no necesitaban otras. Los primeros textos cristianos primitivos fueron cartas, no evangelios. Éstos se compusieron más tarde y hay que buscar las razones de su aparición. A la muerte de Pablo y otros apóstoles sus discípulos continuaron escribiendo cartas que editaron con los nombres de sus maestros, no los suyos propios. Además de cartas y evangelios el cristianismo primitivo generó una historia de la Iglesia (los Hechos de los apóstoles) y una literatura de revelaciones o apocalipsis. Pero todos originales de estas obras no se han conservado. Todos los escritos del Nuevo Testamento tal como se imprimen hoy son copias de originales perdidos.
Estos cuatro evangelios fueron, con toda seguridad, anónimos desde el principio. Cada uno de ellos fue compuesto por un miembro destacado de un grupo cristiano importante, pero el autor no puso su nombre al principio de la obra. Sólo más tarde la tradición eclesiástica les asignó un autor, de los que apenas sabemos algo más que el mero nombre. A partir de sus puntos de vista, expresados a veces entre líneas en sus evangelios respectivos, deducimos con bastante seguridad que es difícil que cualquiera de estos cuatro evangelistas perteneciera de hecho a los discípulos inmediatos del Maestro. Más bien eran seguidores más o menos directos de algunos de ellos y formaban parte de la segunda o tercera generación cristiana. Las atribuciones de nombres de autores a los evangelios son erróneas, pero tenían la finalidad de dejar claro que la tradición sobre Jesús se basaba en lo transmitido por testigos visuales.
El Canón
La utilización del término "canon" y sus derivados, ("canonizar", "canónico", etc.) para designar el bloque de escritos cristianos sagrados es bastante tardío. Tiene sus inicios probablemente con Orígenes, en su Comentario al Evangelio de Mateo, compuesto hacia el año 244 d.C. Pero cuando este Padre de la Iglesia comienza a utilizar sistemáticamente el vocablo «canon» ya existía de hecho un grupo más o menos bien formado de escritos sagrados cristianos. Por tanto, la concepción y la palabra «canon» no tienen nada que ver con la existencia y el surgimiento del Nuevo Testamento. El vocablo griego kanón es un derivado de una palabra semítica, kanna, de donde viene nuestra «caña», que en ocasiones servía de medida al carpintero o de guía al escribano. Rápidamente se derivó de esta acepción un sentido metafórico doble. En primer lugar, «norma», «regla», tanto en sentido ético como estético, literario o religioso. Así, desde mediados del siglo II, la antigua Iglesia comenzó a habiar de «canon de la verdad», o «canon de la fe» para designar una confesión de fe cristiana ortodoxa y también el «conjunto de doctrinas generalmente aceptadas en la Iglesia». La segunda significación metafórica desarrollada con el tiempo fue la de «lista», «relación», «registro», es decir, lo equivalente a «catálogo». Así, en el concilio de Ñicea (325 d.c.) el término «canon» significó una lista oficial de los clérigos que estaban adscritos a una diócesis o iglesia. Hacia el siglo IV comenzó a emplearse para designar la lista o registro de libros sagrados, no tanto la medida, norma o regla de por qué eran sagrados. Pronto empezó a designarse como «canónicos» a aquellos libros santos y divinos que estaban en esa lista.
Criterios que sirvieron para seleccionar el canon. Debemos tener en cuenta, una vez más, que los posibles criterios que sirvieron a la Iglesia para constituir su canon tampoco aparecen explícitamente en ningún escrito del siglo II. Autores eclesiásticos posteriores nos indican de vez en cuando cuáles pudieron ser esos criterios. De nuevo, la Gran Iglesia guardó silencio sobre tema tan fundamental. Los criterios más citados, en diferentes tiempos y lugares, son tres:
El primero era la conformidad del contenido de un pretendido escrito sagrado con lo que se llamaba la regla de la fe, o canon de la fe (antes mencionado), es decir, la congruencia teológica del contenido de un escrito con pretensiones de «santo» con lo que la tradición del común de los grupos cristianos consideraba como «normativo» o comúnmente aceptado por la inmensa mayoría de las iglesias. El más rígido monoteísmo; aceptación de la creación del mundo por parte de ese Dios único; fe en Jesús como divino, redentor único de la humanidad por su encarnación; fe en sus milagros; creencia en la existencia del pecado y su inductor Satanás, fe en la renovación del mundo por parte de la divinidad como sentido final de la historia; inhabitación del Espíritu en el hombre; el amor como mandamiento supremo; creencia en el juicio final divino con sus premios y castigos
El segundo criterio fue el de la apostolicidad, es decir, si el escrito provenía directa o indirectamente délos apóstoles. La Gran Iglesia no fue aquí nada crítica y admitió la tradición sobre los autores de evangelios y cartas que se iba difundiendo.
El tercero consistía en la aceptación común y el uso continuo de tal o cual escrito en las iglesias, sobre todo su uso como lectura sagrada en las asambleas litúrgicas.
Los problemas que afectan a los manuscritos del Nuevo Testamento son los mismos que los de otros testigos de obras clásicas de la antigüedad grecolatina y afectan a la actividad de los copistas: errores involuntarios, enmiendas voluntarias, la mayoría de las veces equivocadas, adiciones al texto por motivos ideológicos o para corregir el estilo; omisiones, por los mismos motivos, o por puro error ocular.
¿Como se ha tansmitido el texto del nuevo testamento? En un tiempo como el nuestro, en el que se hacen inmensas tiradas de libros que son copias perfectas unos de otros, es difícil imaginar cuan ardua era hacer una copia fiel de un libro cuando no existía aún la imprenta. Era prácticamente imposible. Los libros se escribían y copiaban a mano (de ahí la denominación de «manuscritos) en un proceso lento, laborioso y costoso, sometido a toda ciase de alteraciones, voluntarias o no, por parte del copista. En consecuencia, en la Antigüedad ninguna copia era exactamente igual al original, lo que significa que todos los manuscritos antiguos que contienen todo o parte del Nuevo Testamento difieren (algunas veces grandemente) entre sí. No se han conservado los originales (denominados «autógrafos») de los diversos libros del Nuevo Testamento, sólo copias. Si se hubiese conservado la primera edición de alguno de ellos en alguna iglesia o depósito, bastaría consultarla para ver en qué se había separado cada copia de su modelo. Pero esto no es posible. Nuestro único acceso a ellos es a través de copias más o menos cercanas a lo que salió de manos del autor. Existe una rama de la filología que se ocupa de tales copias, de estudiarlas a fondo y del modo cómo a través de ellas podemos acercarnos lo más posible a esos originales perdidos. Esta ciencia se llama «crítica textual», y su misión es múltiple aunque orientada a un único objetivo: presentar, o reproducir por medio de la imprenta, un texto seguido de un libro antiguo de modo que el lector moderno tenga la seguridad de que lo que lee se parece lo más posible a lo que salió de la pluma del autor. Para conseguir este fin la crítica ha de efectuar los procesos siguientes:
• Recoger, ordenar, y organizar los manuscritos, en nuestro caso del Nuevo Testamento.
• Examinar dónde se han producido errores o alteraciones del texto y estudiar el por qué de las mismas.
• Evaluar las variantes que presentan los manuscritos (a veces se llaman también «testigos» del texto) y deducir cuál de ellas se acerca más a lo que se imagina el original.
Las traducciones de la biblia
A su vez, las traducciones de las biblias a los idiomas modernos han generado algunas diferencias de interpretación. En el caso del español, la primera traducción es del 1260, conocida como Alfonsina, por haber sido patrocinada por el rey Alfonso X. Le han seguido muchas, incluyendo la popular Nácar-Colunga, de 1946. Actualmente, las versiones consideradas como oficiales para la religión católica son las emanadas de las Conferencias Episcopales de cada país. En el caso de las iglesias protestantes, la versión más popular en español es la llamada Reina-Valera, que data de 1602 y cuya última versión revisada es de 2011. Desde comienzos del siglo XX se publica bajo la supervisión de las Sociedades Bíblicas Unidas. A su vez, en el idioma inglés, la versión más conocida es la llamada llamada Authorised King James Version, que data de 1611. La más popular actualmente es la New International Version.
NOTA: Para mayor referencia puede consultar toda la obra del historiador Antonio Piñero, en la cual se encuentran basadas nuestras publicaciones.
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