Reseña: El libro que tu cerebro no quiere leer
- Aarón Pérez
- 14 mar
- 45 Min. de lectura

Cómo reeducar el cerebro para ser más feliz y vivir con plenitud
¿Podemos reeducar el cerebro para ser felices y vivir con plenitud?
Definitivamente si. En la actualidad, gracias a los avances en neurociencia, podemos entender mejor cómo funciona la mente y el organismo, y utilizar ese conocimiento para mejorar nuestra realidad. Vivimos rodeados de una cantidad descomunal de información y solo una pequeña parte (alrededor de un 5%) alcanza nuestra consciencia. Cuando logramos entendemos cómo el organismo genera los pensamientos y la realidad, podemos influir en el sistema para sustituir el miedo, las imágenes mentales más arraigadas y los mecanismos de respuesta automáticos por el pensamiento no lineal, la felicidad y la confianza en la vida, que siempre está ahí para proporcionarnos aquello que necesitamos.
Seguramente llevas muchos años observando la vida, pero este libro es para aquellas personas que necesitan mirar de nuevo. La letra pequeña dice que para volver a mirar debes dejar de lado todo aquello que crees saber. La "verdad" que hemos sostenido hasta ahora solo nos permite ver las estrellas, y volver a mirar es un viaje hacia horizontes desconocidos reservado a los ojos de quien no cree saber. Descubriras que el conocimiento y la realidad no pueden alcanzarse desde la memoria, a lo sumo una huella confusa e imprecisa- Sin duda, “El libro que tu cerebro no quiere leer” es un viaje fascinante del átomo a las estrellas, que revolucionará tu forma de vivir y de entender el mundo.

Algunos datos de "El libro que tu cerebro no quiere leer"
Se trata de una propuesta original, útil y amena, desde una perspectiva tan didactica como entretenida que se encuentra a medio camino entre guía de inspiración, divulgación científica y filosofía práctica. Una obra que nos muestra que nuestra percepción de la realidad es limitada, explica el funcionamiento del cerebro y propone un camino para cambiar nuestra perspectiva y encontrar la felicidad. David del Rosario convierte la neurociencia en una herramienta de transformación, 100% aplicable en el día a día, entrelazando anécdotas de su vida, experimentos científicos, referencias a personajes conocidos y a la cultura popular. Su libro es una invitación a mirar juntos de nuevo, el mundo.
"El libro que tu cerebro no quiere leer" de David del Rosario, es impreso por la editorial Urano en Castellano, fue publicado el 3 de Marzo de 2019, cuenta con 216 páginas y es considerado un libro de crecimiento personal y divulgación cientifica.
“Entre relaciones personales, Facebook y jornadas de trabajo, la mayoría de las personas buscamos una felicidad que solo encontramos a ratos. Si nos preguntamos ahora mismo si somos felices nos daremos cuenta de algo muy extraño: no sabemos a quién se lo estamos preguntando” - David del Rosario

Acerca de su autor:
David del Rosario es científico e investigador, músico, cineasta y escritor. Su pasión por los procesos de la vida le ha impulsado a proponer nuevos modelos para explicar la mente humana. Estudió Ingeniería Técnica en Telecomunicaciones en la Universidad de Alicante y MD en Ingeniería Biomédica en la Universidad de Barcelona. La suya es una carrera impecable, que le ha valido numerosos premios y reconocimientos. Sus investigaciones y su pasión por la divulgación lo han llevado a ofrecer conferencias y formaciones en Europa, Norteamérica y Sudamérica. También colabora con diversas universidades e instituciones y ha dirigido el experimento mundial "How the world feels", todo ello animado por la ilusión de acercar la ciencia a la vida diaria de las personas. Es autor de los libros: “El libro que tu cerebro que quiere leer” (2019) y “Tu has escrito este libro” (2024) y co-autor junto a Sergi Torres del libro “La Biología del presente” (2020).
Que puedes encontrar en "El libro que tu cerebro no quiere leer"
¿Estamos dispuestos a sentir felicidad sea cual sea la forma que tome este instante?
Cuántas veces hemos oído eso de "todo está inventado", lo hemos creído y hemos pasado a otra cosa. Donde creemos que no hay alternativas, no solo existen, están esperando a todo aquel dispuesto a ir más allá de sus creencias y volver a mirar. El azar y la casualidad no son argumentos científicos, los usamos cuando algo no encaja en nuestra forma de ver el mundo. La vida no es fruto de la casualidad, vivimos en un universo minuciosamente diseñado para la vida. Que Dios hizo en una jornada la noche y el día ó que la vida surgio por casuadlidad resultado de una explosión, son argumentos que puede que tuvieran sentido mientras desconocíamos los entresijos de los átomos o las células, pero con el avance científico del siglo XXI han quedado relegados al guión de una película. Actualmente la ciencia dispone de nuevos argumentos que pueden ayudarnos a comprender el verdadero papel de la vida en la organización del universo. El azar no posee, poseyó ó poseerá la capacidad de dar vida. Lo que organiza el universo es la vida, la cual es un proceso inteligente que se dirige a sí misma, una integración de eventos que se extienden desde nuestras células hasta las estrellas. Una mirada, un abrazo, el mar o una sonrisa son formas de energía capaces de impulsar el proceso de la vida del que todos formamos parte. Tener cerebro no es sinónimo de inteligencia, existe inteligencia más allá del cerebro o de un ordenador. Los microorganismos o las plantas, no presumen de tener cerebro, pero se comportan de manera inteligente. La inteligencia es una acción creativa que nace en el presente y afecta a todo el universo. No estamos en manos del azar.
Se puede predecir el comportamiento de un sistema siempre que tengamos con exactitud los detalles del aquí y el ahora, pero si queremos saber cómo se comportará en un futuro, la cosa se complica porque debemos ir actualizando continuamente las condiciones de cada presente; de lo contrario, la predicción no servirá de nada. Los sistemas caóticos son no lineales y nada en la naturaleza es lineal. Nombrados "caóticos" por la confusión que causaron en un inicio, son sistemas organizados, definidos por unas ecuaciones que dependen fuertemente del presente. Hemos educado al cerebro para trabajar linealmente y hemos construido una pila de imágenes felices a alcanzar sin tener en cuenta la naturaleza del cerebro o de la vida misma. Aunque nos relacionamos con el proceso de la vida a través del presente, la mayor parte del tiempo miramos al pasado o el futuro. Convertimos el cerebro en un linealizador profesional. De este modo simulamos un mundo, pero nunca lo sera porque la vida no es lineal. Por este motivo el cerebro ofrece todo el tiempo la sensación de sentirse amado, de que todo va bien o la sensación efímera de felicidad. Somos un trocito de universo capaz de sentir, enamorarse, y formamos parte involuntariamente de procesos que no somos capaces de imaginar. La vida es un proceso inteligente, dependiente de las condiciones presentes y autodirigido. Para poder predecir con exactitud qué pasará en un sistema vivo debemos conocer a detalle el presente.
El futuro depende del presente a tal punto que lo justo sería referirnos al "futuro" como "presente cercano". Todo el tiempo usamos datos pasados o futuros para relacionarnos con los demás o tomar decisiones importantes, y cuando las cosas no salen como planeamos, concluimos que nadie nos comprende y culpamos a la casualidad o la mala suerte. La mayoría vemos el tiempo como una línea recta donde el pasado queda a la izquierda y el futuro a la derecha, una representación heredada de la escritura. Desde esta perspectiva lineal, vemos el presente como un punto que divide pasado y futuro. El presente no es un punto, es el resultado del movimiento generado por el proceso de la vida. Predecir un evento futuro no tiene sentido si nos alejamos del ahora, porque la probabilidad de éxito de un sistema no lineal y caótico (como la vida), en esas condiciones es prácticamente nula, y la mayor probabilidad de éxito se acumula en el presente cercano (menos de 24 horas). Las prediciones que hagamos tienen una buena probabilidad de suceder siempre que tengamos en cuenta únicamente las condiciones presentes y tengamos en mente que esta predicción será válida siempre y cuando las condiciones de nuestra vida no cambien drásticamente de un momento a otro. A partir de las 24 horas nos alejamos del presente cercano y entramos en el terreno del futuro donde la probabilidad de fallo se dispara.
En la práctica, se trata de actualizar las condiciones iniciales con la mayor frecuencia posible. Aunque nos haya costado tomar una decisión, si algo cambia sustancialmente debemos tomar una nueva decisión coherente con las condiciones actuales y adaptarnos. Si lo importante es tomar buenas decisiones no hay elección, debemos estar dispuestos a cambiar de opinión con rapidez, asumiendo que no existe un beneficiado o un perjudicado. Tenemos que dejar de querer tener razón y dejar de asumir las equivocaciones como algo personal. Lo importante es reconocer que el sufrimiento experimentado es proporcional a nuestra resistencia a la adaptación, la cual es la principal causa del sufrimiento moderno. Debemos estar abiertos a cualquier cambio inesperado. Somos reacios a adaptarnos cuando el presente trae consigo cambios inesperados o cuando suponen una amenaza para nuestra personalidad, poniendo de manifiesto que vivimos todo el tiempo comparando lo que nos ocurre con una idea de cómo debe ser la vida (una imagen feliz e ideal de las cosas). Consumimos la mayor parte de nuestra energía tratando de resistirnos al cambio en lugar de adaptarnos, porque nadie nos ha explicado cómo funciona el proceso inteligente de la vida. La vida no está hecha para creerse cosas, sino para experimentarlas, es decir, creer no es un camino hacia la adaptación, experimentar sí. Vivir en el presente cercano sin pretensiones de ningún tipo tiene efectos beneficiosos sobre la respuesta al estrés, lo que se traduce en una mejor salud, mayor autoestima y empatia con el mundo.
Somos lo que somos no por mérito propio o por casualidades, sino porque las cosas (jirafas, árboles, jefes) son como son. Cada uno de altera el proceso de la vida, dando lugar a una gran reacción en cadena de cambios que nos afectan a todos. Es imposible que un ser humano se desconecte del proceso de la vida. Creer que hacemos algo de manera individual, es tan solo una creencia. Este es uno de los motivos por el cual no entendemos nuestra vida, porque tratamos de comprenderla usando una forma de pensar lineal que busca constantemente causa y efecto, convirtiendo la vida en algo extraño y enigmático; pero la vida no tiene nada de extraño, simplemente no es lineal. Una persona consciente de la naturaleza no lineal del proceso de la vida sabe que la vida es una fuente constante de sucesos no lineales (milagros). Cuando un cerebro basado en pensamientos lineales mira un universo no lineal, puede tener la sensación de no entender nada, de ver un mundo completamente loco, pero si utiliza una fuente de pensamiento no lineal y vuelve a mirar, encontrara el sentido. Todos son sistemas que forman parte del mismo proceso. Con cada decisión, aunque nadie nos vea, estamos alterando la vida. Le corresponde a la vida dirigir el proceso y a nosotros vivirlo (sentirlo). Somos parte de un proceso, somos el proceso, somos vida.
Si somos más de ciencia, argumentaremos que una persona es un ser individual, una máquina compleja que interactúa con el entorno, de la cual estamos aprendiendo su funcionamiento. Si somos intermedios hablaremos de mecanismos sociales y si somos más de corte espiritual, abogaremos por un "todos somos uno". Sea cual sea la postura que más nos agrade, todas proceden de un pensamiento lineal. No somos capaces de describir la gravedad, a lo mucho podemos describir sus efectos, sentirla. Todo en el universo, incluida la gravedad, es el resultado del proceso inteligente de la vida, y estas fuerzas conforman el sustrato donde las personas imprimimos la realidad. Siempre que decidimos usar una postura lineal, perdemos la visión de la vida. Solo desde una visión no lineal podemos abordar con sentido si existe una vida que vivimos entre todos o es algo individual de cada organismo, y nos daremos cuenta enseguida de que se trata de un planteamiento sin sentido. Son las dos al mismo tiempo, se superpone lo individual y lo colectivo. Hemos construido el mundo en con base en pensamientos lineales, y eso nos impide entender y tomar conciencia. Somos un popurrí de pensamientos y emociones capaces de sentir felicidad por irnos a vivir a otro país y al mismo tiempo sentirnos tristes por las personas que dejamos atrás. Este es solo un ejemplo cotidiano de la no linealidad.
Hace doscientos mil años evolucionamos de Homo sapiens (hombre que piensa), a Homo sapiens sapiens (hombre que piensa y sabe que piensa). No es lo mismo pensar que pensar y ser consciente de que estás pensando. Sin consciencia del mundo de los pensamientos seguiríamos pensando igual pero no seríamos conscientes de ello y el mundo actual sería completamente diferente. El Homo sapiens sabía pensar pero no era consciente de lo que pensaba. Las ideas deambulaban y se ejecutaban sin más, pasando totalmente desapercibidas al igual que el 90% de los procesos del organismo. Dar el salto a pensar y ser conscientes de ello puso sobre la mesa la posibilidad de identificarnos con los pensamientos. Actualmente la mayoría hacemos del pensamiento nuestro credencial de identidad, una confusión que da lugar a lo que muchos llaman ego, el cual es una percepción que surge de poner compulsivamente nuestra atención e identificarnos con los pensamientos. La confusión nace de creer que somos nosotros los que pensamos, cuando en realidad, quien piensa es nuestro cerebro. Esta tendencia a identificarnos con el pensamiento ha causado furor en el ser humano occidental. La única forma de revertirlo es tomar conciencia de ello.
En la sociedad occidental se ha grabado a fuego que los más aptos son los más fuertes. Los más recientes estudios científicos dan a entender que los más aptos no son los que se adaptan al entorno, sino aquellos que consiguen conscientemente adaptarse con éxito al proceso inteligente de la vida y no por conveniencia o justicia. Conseguimos adaptarnos al proceso de la vida y convertirnos en los más aptos gracias a cinco herramientas básicas: la paciencia, la cooperación, la empatia, la confianza y la honestidad. Las redes neuronales que controlan la confianza son las mismas que controlan el miedo, son la dos caras de la misma moneda, significa que no podemos sentir miedo y confianza al mismo tiempo. Cada pensamiento que tenemos tiene asociado un nivel de confianza/miedo. No confiamos en la vida, con la misma naturalidad que respiramos tomamos decisiones basadas en el miedo (a que algo malo ocurra ó a no estar haciéndolo bien), tratando de huir constantemente de la culpa. Nuestras imágenes mentales están tan arraigadas, que aún cuando estamos empezando a tomar conciencia del funcionamiento de la vida, no confiamos en ella. La desconfianza lleva a la inconsciencia y a olvidar que formamos parte del proceso inteligente y autodirigido de la vida. Esto ocurre porque en algún nivel estamos pidiéndole a la vida que cumpla nuestros deseos, que esto no sea como es o que nunca ocurra. A día de hoy ningún experimento científico evidencia que la preocupación, el sufrimiento o el esfuerzo sean la base del éxito. De algún modo, la vida nos proporciona todo aquello que necesitamos para ser felices, solo tenemos que confiar en ella.
La mentira forma parte de nuestras vidas hasta tal punto que vemos el engaño como un mecanismo crucial para el adecuado funcionamiento de nuestra sociedad y desarrollamos programas informáticos capaces de detectar mentiras analizando la sintaxis de las oraciones. Los científicos nos explican cómo antes de que la mentira se comunique a los demás se activa una alarma en una zona de nuestro cerebro, nuestro detector de honestidad. No es necesario decir una mentira en voz alta para que el organismo sepa que estamos mintiendo, basta prestar atención a un pensamiento deshonesto durante más de tres segundos para que salte nuestro detector y los efectos de la mentira comiencen a recorrer el cuerpo. Para nuestras neuronas no hay diferencia entre pensar o hacer algo. Los efectos de la deshonestidad están claros; nos roba energía, fomenta el mal humor y desgasta el organismo silenciosamente. Ser honestos reduce el estrés, ralentiza el envejecimiento celular, mejora la salud, nos hace más longevos, nos ayuda a tomar mejores decisiones, a empatizar con el mundo y restablece nuestra conexión con el proceso inteligente de la vida. La desconfianza y la deshonestidad nacen de creernos independientes del proceso de la vida, algo absurdo porque nadie ni nada existe al margen de la reacción en cadena de la vida. De esa inconsciencia nace el sentimiento de soledad que termina tarde o temprano da lugar a algún tipo de miedo, en el cual se fundamentará la desconfianza y la deshonestidad futura. Llevamos años tratando de ir contra natura, algo agotador, y ha llegado el momento de dejar de intentar lo imposible. Debemos volver a confiar, ser honestos, e integrarnos conscientemente en el proceso inteligente de la vida para reconocer la no linealidad del universo. Confiemos, seamos honestos y la vida hará el resto. Formemos parte conscientemente de la reacción en cadena de la vida, dejémonos guiar por la inteligencia, aprendamos a tomar decisiones de una manera no lineal y contagiemos al mundo entero.
Aunque suene a ciencia ficción, nacemos con un cerebro universal repleto de capacidades extraordinarias (lenguaje, honestidad, razonamiento, confianza, empatia, etc). Solo necesitamos un estímulo que prenda la mecha para desarrollarlas. Los estímulos se convierten en la parte central de nuestra vida y son el acceso directo a las capacidades del cerebro universal. Significa que el conocimiento no se adquiere, se encuentra disponible para todos de manera natural, y todos somos potencialmente capaces de hacer cualquier cosa. Los genes influyen en el despertar del conocimiento pero no lo controlan. El verdadero protagonista es el estímulo, que es el dedo que pulsa el botón y pone en marcha los mecanismos necesarios para que emerja un nuevo sistema de conocimiento. En los primeros años de vida nuestra principal fuente de estímulos son nuestros padres. Como adultos, nuestro sistema ejecutivo continúa yendo por detrás toda nuestra vida, es decir, podemos enviar un cohete a la luna o inventar los antibióticos, pero no podemos evitar preocuparnos por una reunión importante de trabajo o por no llegar a fin de mes. Un pensamiento es suficiente para pasar la noche en vela preguntándonos qué sera de nosotros. La única manera de frenar una respuesta automática es hacerla consciente, aprender a integrarla en nuestro día a día, en el proceso de la vida. La neurología nos enseña que es justo al revés de como siempre hemos pensado. No debemos aprender a resistirnos, gestionarla o controlarla. La capacidad de integrar cualquier respuesta automática está también en nuestro cerebro universal, pero necesitamos un estímulo que impulse el despertar, y ese estímulo nace de tomar conciencia de cómo el organismo genera los pensamientos y la realidad.
Vivimos sin saber quiénes somos, ignorando lo que significa ser humano, sin entender las relaciones, sintiéndonos perdidos y difícilmente encontramos nuestro espacio en el mundo. Una persona es un trocito de universo potencialmente capaz de descubrir por ella misma el sentido de la vida pero acostumbramos a subestimarnos. La ciencia nos saca de la costumbre, de nuestra forma habitual de ver las cosas ofreciendo un punto de vista completamente nuevo. Este es el verdadero tesoro de la ciencia que pocos ven. Nos relacionamos con el mundo en función de la realidad que percibimos. El cerebro también tiene sus manías, una de ellas es convertir lo aparente en evidencia para ofrecernos un presente apetecible y coherente. Somos alérgicos a la incertidumbre y a no saber. De ahí que nuestro cerebro se invente alguno que otro detalle para intentar por todos los medios tenernos contentos. La ilusión es la tónica dominante en el organismo y no algo puntual. Cada ser vivo percibe una realidad única y particular, el desafío y lo fascinante es que si queremos ser felices, tiene que ser a través de la realidad ilusoria que percibimos.
Durante millones de años nuestro cerebro ha evolucionado con el único objetivo de ofrecernos un presente apetecible, concluyendo que para tener un buen presente, necesitamos percibir una realidad coherente. Para muchos la coherencia es sinónimo de estabilidad y ausencia de sufrimiento, a tal punto que muchos prefieren renunciar a la felicidad y conformarse con no sufrir en exceso. Nos hemos convertido en el único ser vivo capaz de preocuparnos por cosas que no han ocurrido y puede que nunca ocurran, haciendo de la incertidumbre nuestro mayor enemigo. El precio a pagar es que del 100% de la información objetiva que tenemos a nuestro alrededor, solo percibimos un 0.01% de información. Con estos números, podemos decir que el cerebro apenas utiliza el 5% de toda la información que llega a nuestros sentidos para construir la realidad en un segundo. Hablando claro, tomaos decisiones (qué carrera estudiar, argumentamos, discutimos, iniciamos una guerra, etc) en el mejor de los casos, con base en un 5% de la realidad. La ilusión es la tónica dominante en el cerebro.
Cualquier imagen que podamos percibir es el resultado de nuestra imaginación, de procesos llevados a cabo en las profundidades del cerebro en los que participan todos y cada uno de los sentidos, lo que significa que vemos un 0.01% con los ojos y el resto con los oídos, el tacto, y sobre todo, con la memoria. El sentido y la coherencia que vemos (oímos, tocamos o sentimos) en todo lo que nos rodea, no es real, se trata de una sensación generada por un cerebro que todo el tiempo intenta ofrecer un presente apetecible. Vivimos en un continuo más o menos lógico. La coherencia de las cosas, incluidas nuestras creencias y nuestras opiniones, son una sensación añadida por el cerebro y no una realidad. Una prueba contundente es que cada persona tenemos una opinión diferente acerca de las cosas o personas. Si estuviera generada por lo exterior, deberíamos compartir la misma opinión. El cerebro transforma todo lo que ve para que la vida tenga sentido para uno y no para los demás, dando lugar a tantos puntos de vista como individuos existen en la tierra. El cerebro genera el presente a partir de la vasta información que llamamos realidad, clasificandola, asociandola y alterandola con base en experiencias pasadas, integrándola para dar lugar a un continuo que conocemos como presente. El organismo traduce los estímulos al lenguaje cerebral, analiza sus características básicas, se queda con lo novedoso e interesante, le da un significado, integra la ventana actual con la anterior para ofrecer la sensación de continuidad y proyecta el resultado para tomar conciencia de que somos nosotros quienes vivimos esto y no el vecino del quinto. Al dejar de vivir una experiencia deberíamos pasar a experimentar inmediatamente una nueva realidad basada en la información actual de los sentidos. Esto no ocurre así en la práctica, porque seguimos pensando en esa experiencia durante más tiempo. A esa persistencia se la conoce como memoria, y es vital para la construcción de un presente apetecible.
La memoria a corto plazo es la encargada de suavizar la transición entre ventanas haciendo de la percepción algo gradual y continuo, sin esa transición el presente solo sería una sucesión de saltos sensoriales y emocionales bruscos poco apetecible. El cerebro supone que las ventanas del presente sucesivas serán parecidas a sus predecesoras y genera una ilusión, demostrando que la veracidad no le importa. Durante el tiempo que la memoria llena de ilusiones la ventana del presente, el cerebro intercambia la información de los sentidos por una imagen mental que hace que las personas vivamos constantemente nuestra interpretación individual de la realidad. Aunque una experiencia pueda perdurar en el presente gracias a la memoria, no significa que la experiencia esté ocurriendo realmente. De hecho, solo tenemos la capacidad de recordar las cosas que pensamos y sentimos, no los hechos. Tenemos la posibilidad de transformar cualquier aspecto de nuestra vida en un instante, no lo vemos porque pensamos que la memoria, la persistencia en el presente de una información que no existe, es real. Darse cuenta de esto puede ayudarnos a reconectarnos conscientemente con el proceso inteligente de la vida. No se trata de algo místico o espiritual, proviene de la naturaleza misma del organismo. Tomar conciencia de ello nos permite convertir la percepción de la realidad (algo automático hasta ahora) en una elección consciente, devolviéndonos la libertad y el poder de decidir a cada instante.
Adaptarse a un nuevo ambiente, es convertir un entorno ajeno en familiar generando y asociando imágenes mentales puntuales (recuerdos) de todo aquello que necesitamos saber para adaptarnos correctamente. Sin estas imágenes cada día de sería como el primero, cada dia tendrían que explicarnos nuevamente los detalles. Nadie se libraría de llegar cada día agotado a casa y la situación, desde un punto de vista energético, sería insostenible para cualquier organismo. Las imágenes mentales sirven para ahorrar energía. ¿Y no es posible acceder al conocimiento universal para aprender a toda velocidad?. No funciona así. El cerebro universal es un espacio de conocimiento esencial accesible a cualquier persona siempre y cuando contemos con los estímulos adecuados. Lamentablemente, los conocimientos que tanto valoramos actualmente, fabricados por el hombre para satisfacer unas necesidades concretas, y que es un proceso dirigido desde la razón, no figura en la lista de conocimientos esenciales, incluso a veces nos inventamos necesidades para luego satisfacerlas (lo llaman negocio). En cierto modo, la percepción de la realidad es el resultado de un gigantesco entramado de imágenes mentales que construimos acerca de las personas, lugares, animales o las cosas que conocemos. Debemos asumir que una imagen mental siempre tendrá un error asociado y puede ser tan garrafal que nos haga ver el cielo gris cuando en realidad es azul. No hay duda de que el cerebro deja de ver cuando cree saber.
Imagina más de siete mil quinientos millones de personas viviendo la vida y pasando por alto que aquello que vemos no es real, sin ser conscientes de que todo lo que escuchamos, vemos o sentimos es una imagen mental construida por un cerebro para ahorrar energía. Podríamos llegar a discutir por el color del cielo y enloquecer por querer tener la razón. Sin darnos cuenta, asociamos a cada problema una causa distinta y damos por hecho que es así. La causa de nuestros problemas es siempre la misma: vivir sin ser conscientes de que vemos el mundo a través de imágenes mentales. Por eso a veces tenemos la sensación de no entender nada y vivimos desconcertados. Actualmente sabemos que un recuerdo (un conjunto de imágenes mentales que apuntan al pasado) es más que suficiente para alterar nuestra tensión arterial, poner el corazón a mil por hora, agitar la respiración, afectar al crecimiento, la digestión, la reproducción o las defensas del organismo. El poder de las imágenes mentales sobre nuestro organismo no parece tener límites. A pesar de todo, somos capaces de discutir e iniciar un conflicto por el color del cielo, defendiendo nuestro argumento con uñas y dientes porque es lo que realmente vemos en el campo mental. Nadie se lo está inventando, todos tenemos razón. El origen del conflicto es no ser conscientes de que aquello que vemos es nuestra imagen mental del cielo y no el cielo en sí mismo. La única forma de resolver cualquier conflicto es tomando conciencia del funcionamiento del organismo y de la mente. Dos personas que miran el cielo y son conscientes de que están viendo su imagen mental, raramente discutirán por tener la razón y llegarán a las manos.
El cerebro humano es un "asociador" profesional. Para dar vida a un recuerdo o un pensamiento, el organismo va asociando diferentes imágenes mentales y dotándolas de significado para después integrarlas en la ventana del presente. Definimos las imágenes mentales mediante otras imágenes mentales. Dicho de otro modo, el significado de una palabra (imagen mental) son otras palabras (imágenes mentales). No pensemos que estas asociaciones son algo rígido y estático; las relaciones entre imágenes cambian constantemente con la experiencia y con el uso. Cuando un conjunto de imágenes mentales se refiere a una situación pasada solemos hablar de recuerdo. La atención es el pegamento que fija el aprendizaje, una herramienta imprescindible tanto para la memoria como para generar la percepción de la realidad, y se satura con facilidad, lo cual hace descender el rendimiento general del cerebro. Todo este conjunto de recuerdos forman la memoria autobiográfica, imprescindible para construir una imagen mental de nosotros mismos y poder relacionarnos con normalidad en el mundo. El pasado nos da sentido, nos dice quiénes somos a través de la memoria autobiográfica, nos permite hacer planes de futuro e incluso construir una idea acerca del mundo y de los demás.
Vivimos como si la memoria fuera una cámara fotográfica capaz de congelar instantes de nuestra vida. Sin embargo, no existe ningún experimento científico que apoye esta visión. La evidencia pone sobre la mesa que la memoria a largo plazo cambia con el tiempo. Cuando hablamos de memoria a corto plazo, se supone que la información será usada en un presente cercano y el organismo opta por mantener temporalmente en las neuronas el recuerdo en forma eléctrica. Este recuerdo puede olvidarse, pero tiene pocas probabilidades de falsearse o cambiar. Ahora bien, si queremos que un recuerdo salte a la memoria a largo plazo, la clave es la atención. Tal vez nos descoloca saber que todos los recuerdos que nos definen como individuos cambian con el tiempo. Los mecanismos neuronales que velan por un buen presente son capaces de eliminar el punto ciego y de sustituir la realidad por una imagen mental, de alterar un recuerdo para ofrecernos un presente con sentido, imponer falsas sensaciones e incluso olvidar ciertas experiencias. El primer paso es asimilar que el cerebro ha estado haciendo esto durante toda nuestra vida sin excepción. Es completamente normal que no estemos convencidos de los fallos de la memoria o de las constantes ilusiones creadas por el cerebro. por que el cerebro interpreta este descubrimiento como una amenaza y activa una serie de mecanismos neuronales que defienden a capa y espada la percepción de la realidad actual e inicia una reacción en cadena de medidas que velan por el buen presente, volviéndonos reticentes y escépticos.
Podemos ver en acción estos mecanismos fácilmente cuando leemos una historia y tratamos de explicarsela a otra persona. Enseguida nos daremos cuenta de que hay una tendencia involuntaria que la modifica y la aleja de la objetividad; acortamos la historia y la hacemos más coherente con nuestra forma de ver el mundo. No es una cuestión de olvidar detalles o salpimentarla, es un ejemplo de manipulación neuronal. Lo sorprendente es que todo ocurre de manera inconsciente con una falsa ilusión de objetividad creada por nuestro cerebro. Nos sentimos víctimas de la vida, y lo hacemos porque no somos conscientes de que vemos el mundo a través de imágenes mentales. La buena noticia es que estamos empezando a tomar conciencia de ello. Vivimos actualmente en mundo donde la presión evolutiva ha dejado de ser ejercida por la naturaleza y es ejercida por la sociedad, donde la rutina lleva la batuta, inmersos en horarios laborales cíclicos. Nuestros pensamientos rodean como buitres siempre las mismas cuestiones. La novedad no suele ser bien recibida, es un bien escaso, y el planeta está inmerso en una monotonía que nos hace vivir neuronalmente ausentes, haciendo de la vida una sucesión de imágenes mentales y recuerdos, donde el 99% de lo que sentimos y experimentamos proviene de la memoria. Vivimos la vida del cortar-pegar, donde la máxima aspiración es que el día de mañana sea similar a hoy. Llamamos a esto estar tranquilos. Ante una situación novedosa el organismo abre el grifo de los sentidos y genera la percepción de la realidad basándose en el presente porque no existe un recuerdo válido para vivir esa situación. Abrimos los ojos como platos, se nos ponen orejas de elfo y la atención, acostumbrada a juguetear todo el tiempo con los pensamientos, despierta rápidamente y se pega al presente. Los sistemas de aprendizaje calientan motores y se activan los mecanismos neuronales para crear un recuerdo y asociarlo con otros existentes. A cada nueva experiencia el organismo puede ofrecerle un contrato fijo o temporal. Solo unos pocos recuerdos llegarán a la memoria a largo plazo, mientras la mayoría tendrán que conformarse con un contrato temporal (memoria de corto plazo), o serán directamente relegados al olvido. La memoria acostumbra renovar la plantilla constantemente y todo aquello que no se usa se olvida. La gente sabemos mucho sobre la parte consciente de la realidad. Sin embargo, somos ignorantes cuando se trata de procesos inconscientes porque pasan desapercibidos en el campo mental a pesar de que consumen el 90% de los recursos cerebrales. La atención es la herramienta que nos permite regular aquello que pensamos o recordamos.
La atención es clave para el aprendizaje y la formación de recuerdos. La parte voluntaria de la atención nos permite ser selectivos y decidir dónde enfocarla en cada momento. Desde un punto de vista neuronal, cuando atendemos a algo concreto el resto del mundo desaparece. En la práctica, la atención tiene sus limitaciones. Gracias a la selectividad de la atención, las personas podemos abarcar aproximadamente el 10% de la información que recibe nuestro cerebro en un momento dado. El resto desaparece. De este modo, descubrimos cómo la porción de realidad que usamos para fabricar un recuerdo es todavía más pequeña que la empleada para construir nuestra percepción. Si percibimos un 5% de lo que realmente ocurre y la atención solo nos permite quedarnos con un 10% de ese 5% de información percibida, quiere decir que somos realmente conscientes del 0.5% de lo que está ocurriendo en una situación. El 99.5% de información no lo tenemos en cuenta de forma consciente a la hora de percibir la realidad. Significa que el recuerdo más fiel que podemos llegar a tener representa el 0.5% de la realidad. El cerebro de una persona que cree saberlo todo echa mano de imágenes mentales con más facilidad y no alcanza a ver la realidad que hay detrás de esas imágenes. Conforme nos abrimos a aprender y a experimentar, las imágenes mentales se vuelven transparentes y cada experiencia se convierte en firme candidata a la novedad. Tomar conciencia de cómo funciona nuestro organismo nos lleva a poner en tela de juicio cada una de las imágenes mentales que vemos, favoreciendo una actitud de humildad y honestidad.
En términos de energía, no importa si tenemos una memoria normal o una supermemoria. Si algunas personas tienen supermemoria (evolutivamente posible) y no consume más energía de lo normal. ¿por qué no tenemos todos una supermemoria? Principalmente por dos motivos. Uno, tener una memoria prodigiosa hace que el cerebro pierda la capacidad de generar un presente apetecible porque no puede manipular los recuerdos a su antojo. El mundo percibido pierde coherencia y sentido. Dos, necesitaríamos el mismo tiempo que dura la experiencia original para recordarla. La realidad quedaría eclipsada por el recuerdo y la probabilidad de ser atropellados por un coche mientras cruzamos la calle se dispara. Tener una memoria de elefante no es la mejor opción para cumplir nuestro propósito en el proceso de la vida, algo que puede resultar extraño desde una visión lineal. Las personas no tenemos la capacidad de recordar aquello que vemos, oímos o sentimos, sino aquello que creemos ver, escuchar o sentir. Esto ocurre porque el recuerdo se forma desde nuestra interpretación de la realidad y no desde la realidad directamente. El 99.9% de los datos los hemos perdido o modificado por el camino. Puede que darse cuenta de esto ocasione un cortocircuito en nuestro mundo, pero este shock es inevitable y necesario.
Antes de que un recuerdo forme parte de la memoria a largo plazo, el cerebro sin excepciones, se asegura de que todos y cada uno de los candidatos sean coherentes con la visión de cada persona. Para lograrlo, los modifica siguiendo una lógica simple: o cambia el cerebro o cambia el recuerdo, o el recuerdo modifica físicamente las estructuras neuronales para adaptarlo a una nueva experiencia de vida, o las estructuras neuronales modifican el recuerdo para adaptarlo a nuestra forma actual de ver el mundo, evitando así que todo cuanto hemos construido se desmorone. Las dos realidades no pueden coexistir. Cualquier cambio debe hacernos sentir que las experiencias corroboran nuestra forma de ver el mundo. El cerebro no registra en la memoria lo ocurrido, sino aquello que esperamos que ocurra. Aun cuando las estrategias para modificar un recuerdo pueden ser diversas, todas tienen en cuenta nuestras expectativas, hasta tal punto que cualquier material registrado en la memoria a largo plazo será coherente con nuestros planes de futuro. Y si no existe tal coherencia se la inventa proyectando nuestros pensamientos y emociones, haciendo que parezca lógico y razonable. El buen presente tiene un alto precio. El pato lo paga la objetividad, y el resultado es una imagen mental hecha a medida de nuestro mundo particular que sustituye la realidad y es coherente con nuestros objetivos personales. Estos mismos mecanismos, dan vida a los pensamientos.
Las estrategias más peculiares para modificar experiencias se basan en atribuir a los demás nuestros propios pensamientos y sentimientos, en censurar o hacer desaparecer acontecimientos dolorosos y conservar más detalles positivos que negativos o neutros. Todo aquello que sentimos deja de proceder de la experiencia y nace de nuestra interpretación, que se convierte en la imagen mental que usaremos para relacionarnos completamente ciegos a la realidad. La clave es darse cuenta de que estamos viendo el mundo a través del filtro de una imagen mental, y aunque tengamos la sensación de tener razón, no hay pruebas irrefutables. Tener razón es una sensación generada por los mecanismos de defensa de cada persona. Darse cuenta de esto es doloroso pero al mismo tiempo es liberador dado que señala al origen de todos nuestros problemas. Este conjunto de mecanismos neuronales de defensa que manipulan nuestra percepción de la realidad y dan lugar a nuestra interpretación particular de las cosas, es también conocido como ego. Existe un mecanismo de defensa estrella que consiste en alterar las experiencias para recordarlas más felices de lo que realmente fueron. Esta estrategia presupone que recordar un pasado feliz aumenta la esperanza de alcanzar un futuro feliz, dando lugar a una imagen mental feliz de la vida, la cual representa el gran filtro que todas las personas llevamos puesto. Nuestra felicidad pasa a depender de esa imagen feliz.
Cuando eliminamos las expectativas, el cerebro deja de alterar los recuerdos y buscar coherencia, porque no existe una proyección futura que satisfacer. Sin expectativas, la memoria se queda sin una referencia para manipular recuerdos y pasa a ser un gasto de energía inútil, algo sin sentido que cae por su propio peso. Significa que debemos dejar de tomar decisiones basándonos en recuerdos o proyecciones futuras. Definimos objetivos y generamos recuerdos, pero nuestra vida no gira en torno a ellos. Esto reduce al mínimo las expectativas y aumenta la confianza en la vida, algo fundamental para la felicidad. El futuro no existe para el cerebro, es una proyección del pasado, y este a su vez, es una proyección distorsionada del presente. Si el pasado contiene un 0.1% de la verdad, y el futuro es una proyección del pasado, no tiene sentido tomar decisiones fundamentadas en recuerdos y proyecciones. Los sistemas de defensa siempre quieren tener razón y se presentan de manera lógica, pero no por ello dejan de ser un mecanismo de defensa. Ningún mecanismo de defensa nos da lo que buscamos, como mucho puede ofrecernos la sensación de que todo tiene cierto sentido. Este es el origen del sufrimiento cotidiano, y es proporcional a la diferencia entre una imagen mental y el momento presente. La clave está en seguir una lógica no lineal similar a la que rige la vida. ¿debemos poner en entredicho y demostrar que todos los recuerdos o proyecciones que tenemos están equivocados? No. Terminaríamos en un psiquiátrico. Lo haremos aprendiendo a ver la imagen mental que hay detrás de cada experiencia de vida que nos genere emociones intensas. Hacer esto es reconocer abiertamente que somos conscientes de cómo funciona nuestro organismo, es dar la bienvenida a la honestidad y supone el único camino viable para vivir una vida sin filtros. Siempre que creemos saber o nos descubrimos teniendo la razón, tenemos la oportunidad de detectar que está en marcha un mecanismo de defensa y podemos descubrir que no hay de qué defenderse. Debemos volver a la honestidad tomando conciencia de cómo funciona nuestra mente y el organismo usando nuestras experiencias cotidianas. No se trata de un ejercicio intelectual, de releer, cursar un máster y memorizar libros.
Pensar en una u otra cosa depende principalmente cuatro aspectos: la genética, las experiencias pasadas, las proyecciones futuras y las condiciones presentes. El reto consiste en tomar conciencia de las historias que nos cuenta el cerebro, de sus mecanismos de actuación, y para ello es importante no tratar de cambiarlos, de lo contrario perdemos la oportunidad de aprender. Puede que no podamos elegir qué pensar, pero sí acerca de qué pensar. No tiene sentido sentirnos bien o mal por lo que pensamos por que es producto de una acción involuntaria. Sin embargo, creer ese pensamiento o pasar a otra cosa es algo personal, algo voluntario y depende únicamente de nosotros porque no existe ningún mecanismo neuronal que nos guíe a la hora de decidir si queremos prestar atención al pensamiento. Cada cerebro construye sus propios pensamientos atendiendo a eventos que nos han marcado en el pasado, a objetivos futuros y al momento presente. Por mucho que nos esforcemos y defendamos nuestros pensamientos, ninguna historia es más real, más lógica o tiene más razón que otra. Nuestros pensamientos siempre parecen coherentes con el mundo que vemos, pero no tienen por qué ceñirse a la realidad. Debemos asumir que cualquier historia propuesta por el cerebro es una ilusión, una interpretación personal basada en nuestro mundo, la cual hace bullying constantemente a la realidad. Un pensamiento es una propuesta neuronal generada para vivir una situación de vida que deja el 99.9% de la realidad de lado. Solamente subestimando el poder asociativo del cerebro podemos llegar a atribuir nuestros propios pensamientos a los demás, es fácil confundir las historias que nos cuenta el cerebro con la realidad, pasando desapercibido que cualquier pensamiento es en un 99.9% falso.
Las personas vivimos enamoradas de las opiniones que nos cuenta nuestro cerebro porque creemos que representan la forma más acertada de ver la realidad. Nuestras "opiniones" consisten en asociar ideas a experiencias, personas, lugares, animales o cosas, lo que puede denominarse como la regla PLAC. Cada vez que discutimos con alguien y tratamos de hacerle "entrar en razón", estamos intentando que deje de lado sus ideas y acepte que las nuestras son más acertadas y coherentes, hacemos esto porque pensamos que nuestra opinión es mejor que la suya (aunque nos cueste reconocerlo). Cuando un cerebro trata de imponer sus historias a otro, en cierto modo le está pidiendo que reconozca abiertamente que su presente no es apetecible, algo poco probable. Este sentimiento de superioridad neuronal conocido como "orgullo", empuja a las dos personas a una discusión cíclica, dolorosa y sin sentido. Olvidar que cualquier pensamiento es un 99.9% falso, y como consecuencia tratar de imponer nuestro presente apetecible a los demás, se traduce en querer tener siempre la razón. La mayoría de las personas creemos que somos nosotros quienes asociamos las ideas. Sin embargo, quien combina las imágenes mentales y las ideas, quien piensa, es nuestro cerebro. Es nuestro organismo quien asocia las ideas a cosas, gestiona la memoria y los mecanismos de defensa de la percepción de la realidad. Puede sonar raro al principio pero tiene todo el sentido del mundo.
El cerebro se dedica a sembrar pensamientos, emociones y sensaciones en el campo mental. Recolectamos esos pensamientos y emociones para hacernos una idea del mundo y de quiénes somos. Un pensamiento es una propuesta del cerebro para vivir una situación de vida. Usarlo o no es una decisión personal. Estamos tan convencidos de que las cosas que pensamos provienen del exterior, que defendemos estas historias con uñas y dientes. Sin embargo, las historias nacen y mueren siempre en el cerebro. Cada sistema nervioso interpreta, asocia y da sentido a aquello que ve de manera individual, moldeando nuestro punto de vista sin importar que se trate de una persona o de la pata de una silla. Cualquier punto de vista también es una propuesta, y como tal, ninguna historia que pueda surgir de un cerebro es más acertada que otra. Todas son en un 99.9% falsas.
Uno de los mecanismos de defensa más asombrosos del buen presente, es el efecto de los seguidores. Cada persona plantea una historia coherente con su pasado, su futuro, su biología y su presente, y se lanza a la búsqueda de cerebros que vean el mundo como él. Así puede dar más credibilidad a sus historias. Absurdo porque por muchos seguidores que tenga, la naturaleza de un pensamiento sigue siendo la misma y esa historia será en un 99.9% falsa. Es solo una ilusión más. Los sistemas de defensa consiguen sembrar la duda, y eso impulsa a personas con pensamientos afines a asociarse, formando estructuras sociales. Un pensamiento es una posibilidad, no una realidad. No están diseñados para dirigir una vida. Creemos que lo que nos hace diferentes son las cosas que pensamos, pero lo único que nos diferencia es el grado de credibilidad que damos a nuestros pensamientos. Nunca olvidemos que la prioridad del organismo no es la verdad o la realidad, sino el buen presente. Darse cuenta de esto pone nuestra vida patas arriba, porque cambia la condición del pensamiento; pasa de ser un "hecho" a ser una simple propuesta para vivir una situación de vida. Somos quienes decidimos usar (o no) ese pensamiento con ayuda de la atención.
Los seres humanos nos relacionamos con el mundo a través del campo mental, y en él podemos encontrar pensamientos, emociones y sensaciones corporales, a este conjunto le solemos llamar experiencias, las cuáles forman recuerdos, que definen nuestra personalidad y nos empujan a comportarnos de una determinada manera. Existen tantos modos de comportamiento, como combinaciones de pensamientos, emociones y sensaciones corporales podemos llegar a tener. Existen tantas personalidades como situaciones de vida. Esto no significa que seamos falsos o malas personas. Si queremos ser nosotros mismos, primero debemos aceptar el modo de funcionar de nuestro organismo. La personalidad es una adaptación mental del presente hecha de creencias pasadas e intereses futuros. Sin pasado y futuro, la personalidad desaparece.
Dado que los pensamientos son propuestas del cerebro para vivir una experiencia, y la personalidad está relacionada con los pensamientos, la personalidad también es una propuesta, un punto de partida para relacionarnos con el mundo y no una imposición. La personalidad no nos define, lo que nos hace diferentes es la decisión de usarla o no, el grado de credibilidad que le damos. Puede que la expresión genética determine cierta tendencia a sentir o pensar una cosa u otra, pero un cromosoma no tiene la capacidad de influir en la decisión de usar (o no) un pensamiento para vivir una situación de vida. Los pensamientos no van por un lado y las emociones por otro. Sentimos lo que pensamos la mayor parte del tiempo. Puede que el cerebro nos cuente cientos de historias, pero no habrá rastro de una sola emoción asociada si no les ponemos atención.
Acostumbramos a clasificar las historias propuestas por el cerebro de manera inconsciente. Que tengan una categoría diferente o apunten hacia un punto temporal distinto no cambia su naturaleza, siguen siendo pensamientos. Desde esta perspectiva, un pensamiento es un conjunto de imágenes mentales que relaciona una persona, lugar, animal o cosa con una idea (La regla PLAC). Actualmente tenemos el impulso de clasificar todo porque hemos asociado clasificar con saber. Aunque es útil para generar rápidamente una imagen mental de las cosas y ahorrar energía, nos hace prisioneros de nuestra propia percepción individual de la realidad. Simplificamos las cosas en imágenes mentales y aunque la realidad cambie, nuestra imagen mental queda firme como una roca (y con ella nuestra percepción de la realidad). Como ocurre con cualquier costumbre, pagamos el precio de la inconsciencia. Por eso nos cuesta tanto aprender. Asumimos que aquello que sentimos es producido por lo exterior (PLAC). Esto es un error por que la emoción es generada por la idea asociada a PLAC. Aunque parezca raro, esta visión terminará imponiéndose y haciéndose evidente para todos, porque es la forma de funcionar del organismo. El razonamiento es simple, lógico y aplastante: si lo que sentimos viene determinado por lo externo, todos deberíamos sentir lo mismo acerca de lo externo. El origen de lo que sentimos son las ideas que hemos asociado.. Esta es la regla PLAC y es aplicable siempre a cualquier situación de vida.
Nos relacionamos todo el tiempo con nuestro pensamientos mientras los mecanismos de defensa de la percepción tratan de esconder estas asociaciones para que pasen desapercibidas. Con ello consigue mantener la ilusión de un presente coherente y con sentido. Esta es la historia de cómo nuestras pensaciones parecen provenir del comportamiento de los demás. Cuando hablamos de confianza, nos referimos a la capacidad de fiarnos de nuestras imágenes mentales. Confiar no tiene nada que ver con imágenes, es la capacidad de reconocer nuestra pertenencia al proceso no lineal y autodirigido que llamamos vida. Un prejuicio limita más que un gen, por que es una imagen mental, una idea asociada, que nos encierra en una realidad individual, aislándonos del mundo y de la vida. Esta limitación ocurre a todos los niveles. Tomar conciencia de las limitaciones que supone usar de forma automática ideas e imágenes nos devuelve la libertad y nos permite reconocer nuestra pertenencia al proceso de la vida, abriendo las puertas de la creatividad y de la genialidad humana. Descubrir en cada situación de vida que aquello que sentimos no viene generado por las personas, lugares, animales o cosas sino por las ideas que hemos asociado a ellas, es llevar la regla del PLAC a lo cotidiano. Es la única barrera que nos separa de la felicidad.
Más del 80% de las decisiones que tomamos tienen como finalidad evitar sufrir, y estas decisiones se apoyan en las emociones. La gestión emocional está de moda y llega a todos los ámbitos. Disfrazados de gestores emocionales tratamos de aprender a controlar una situación problemática para sufrir lo mínimo posible. El sufrimiento moderno nace al tratar de controlar las situaciones de vida, al esforzarnos por gestionar las emociones para evitar pasarlo mal. Claro que existen situaciones dolorosas que nos hacen sufrir en mayor o menor medida, pero estas ocurren entre veinte y treinta veces en promedio a lo largo de una vida. Perder a alguien cercano, un divorcio, entrar en prisión, enfermedades, despidos y la jubilación son algunas de ellas. Sin embargo, sufrimos mucho más de treinta veces a lo largo de una vida, por qué sin darnos cuenta lo pasamos mal tratando de evitar situaciones dolorosas. Este es el sufrimiento diario moderno, y se fundamenta en la posibilidad de que una imagen mental sea real. Si queremos ser felices, debemos aprender a vivir nuestras emociones a partir de una idea que no genere sufrimiento. Este giro nos lleva a dejar de intentar gestionar las emociones y pasar a sentirlas. Para abrirnos a las emociones primero debemos entender su naturaleza. Que sepamos, el cuerpo humano usa dos tipos de emociones: unas instintivas y otras racionales. En las instintivas, los sentidos disparan cambios corporales de manera automática al detectar un estímulo concreto. En este caso, el estímulo no proviene directamente de los sentidos (del exterior), sino del campo mental (del interior), donde recuerdos, proyecciones de futuro o cualquier otro tipo de pensamiento se convierte en el origen de la emoción. En las emociones racionales, el estímulo es siempre interno y tiene su origen en el pensamiento. Podemos pasamos la vida tratando de gestionar nuestras emociones, ignorando que nacen de las cosas que pensamos. Cualquier estrategia que deje de lado al cuerpo humano está condenada al fracaso. Si estamos cansados de probar sin resultados, siempre podemos tomar conciencia del funcionamiento del organismo. Al hacerlo, simplificamos nuestras emociones. Este giro hace que las emociones dejen de ser extraños generados por personas o situaciones de vida externas sin solución, y pasan a ser algo interno, un elemento del campo mental asociado a un pensamiento concreto que llamamos pensación.
Cualquier pensamiento que nace en el campo mental se sostiene sobre sobre un pensamiento raíz, que al encontrarse en el subsuelo del campo mental, forma parte del sistema inconsciente y es invisible para nosotros. Al poner la atención sobre alguno de los pensamientos asociados al pensamiento raíz, la emoción que sentiremos será una mezcla entre la emoción asociada al pensamiento y la emoción asociada al pensamiento raíz. Por eso a veces nos cuesta identificar con claridad la emoción que deriva de un pensamiento concreto. Cuando nuestra atención se posa en uno solo de los pensamientos, sentiremos a la vez todas las emociones asociadas a cada uno de ellos. El reto consiste en seguir la pista hasta dar con él. Debemos mirar cualquier pensamiento y esperar. El cerebro no tardará en contarnos una historia. Es importante darnos permiso para sentir lo que sentimos y pensar lo que pensamos. En caso de argumentar o reaccionar de algún modo, se interrumpirá el proceso y tendremos que empezar de nuevo. El modo que tiene un organismo de transformar una emoción es sintiéndola. Para saber lo que esconde un pensamiento raiz, debemos prestar atención a la historia que nos cuenta el cerebro sin evitar sentir lo que sintamos o pensar lo que pensemos. Iremos descubriendo cada una de las pensaciones que brotan de la raíz. En el momento menos esperado, nos encontraremos con el pensamiento raíz y comprobaremos que la mayor parte de ellos, alrededor de un 91%, tienen su origen en algún tipo de miedo. Sobre estos pensamientos de miedo construimos nuestras vidas, dando forma a una idea de felicidad basada en el miedo.
El miedo es una sensación producida por el organismo (señales neuronales, reacciones químicas y sensaciones corporales). Cuando una lesión interrumpe la comunicación, automáticamente dejamos de sentir temor. La idea anterior pone en duda la existencia real del miedo, y los mecanismos de defensa del buen presente no tardan en rechistar: "el miedo es necesario para salvar el pellejo". El miedo instintivo solo contribuye a salvar el pellejo cuando un estímulo externo despierta una emoción instintiva y nos hace saltar como un muelle. El resto del tiempo (99%), el miedo proviene de estímulos internos, de nuestros propios pensamientos. El miedo moderno ya no viene dado por peligros de la estepa o animales salvajes, se origina por nuestras pensaciones, hechos de un 0.1% de realidad. Estadísticamente hablando, nuestra forma de ver la vida no tiene sentido. Vivir constantemente estresados, tiene impacto directo sobre la esperanza de vida, la salud y la felicidad. Hacemos del miedo una forma de vida cuando desconocemos su origen, y la salud se ve mermada. Como cualquier otra forma de energía, el miedo no se crea ni se destruye, solo se transforma, y para transformarlo, primero debemos conocer su origen, es la única forma de transformarlo en un estímulo positivo. El único requisito es dejar de intentar evitar o cambiar lo que sentimos o pensamos. No estamos hablando de embarcarnos en un viaje moral o racional. El razonamiento debe quedar aparcado en la entrada una vez descubierta la necesidad de actuar. Para alcanzar el objetivo necesitamos grandes dosis de confianza, paciencia, honestidad y creatividad.
Las emociones son el origen de nuestras acciones. Actuamos con la finalidad de cambiar o mantener lo que sentimos. Durante miles de años hemos intentado cambiar nuestras emociones modificando el mundo que nos rodea, quitando de aquí y poniendo allá. El problema es no asumir la responsabilidad de lo que sentimos, porque pensamos que procede del exterior. Los pensamientos son el origen de nuestras emociones. Si las emociones nos empujan a actuar y nuestras acciones tienen resultados, para cambiarlos debemos cambiar nuestra forma de pensar y no el mundo que nos rodea. En el intento de modificar los pensamientos, muchos han llegado a la conclusión de que debemos ser positivos. Crear afirmaciones y repetirlas constantemente. En cierto modo tiene sentido. Pienso positivo, siento emociones positivas y mis acciones serán consecuentes. Este método tiene un gran inconveniente; seguimos siendo esclavos de nuestros pensamientos aunque ahora suenen positivos. Siempre que nuestra vida dependa de ellos (positivos o negativos), nos moveremos en círculo y la realidad individual que percibimos ganará la partida. Tarde o temprano volveremos a la frustración y la confusión y seguiremos sin reconocer nuestra pertenencia al proceso inteligente de la vida, sin reconocer que somos quienes eligen usar o tirar un pensamiento en cada experiencia.
Usar o tirar es una de las principales premisas que rigen la vida y la energía. Los recuerdos que no se usan se olvidan. Un recuerdo, una creencia o una proyección futura son formas de pensamiento. Poco importa si apuntan al pasado, al futuro o les damos la condición de "hechos". Aprender a aplicar la regla de usar o tirar los pensamientos tiene la capacidad de transformar por completo el mundo que vemos y nuestra forma de pensar. Ponerla en práctica es aplicar la misma lógica a cada una de las historias propuestas por el cerebro. Para saber de forma práctica si un pensamiento nos sirve, primero nos paramos a sentirlo sin actuar. Le ponemos atención brevemente y nos preguntamos: ¿cómo me hace sentir? Después debemos preguntarnos ¿Queremos sentirnos desconfiados y pesimistas? Si queremos vivir en paz y ser felices, y ese pensamiento nos separa de la felicidad, entonces no nos sirve. Por último comunicamos al organismo nuestra elección. Podemos decir internamente: "este pensamiento no me sirve para vivir esta situación". Siguiendo estas indicaciones, todas y cada una de las decisiones que tomemos serán acertadas. El cerebro no tardará en proponer un nuevo pensamiento. Ser humano se vuelve complicado cuando desconocemos cómo funciona el organismo. Un pensamiento que no se usa, jamás generá emoción, y sin ella la acción nunca tendrá lugar. Si realmente queremos comenzar a reeducar al cerebro, debemos empezar a entender una cosa: lo opuesto al miedo no es el amor, sino la confianza.
Podemos dejar de vivir siendo esclavos de nuestros pensamientos reeducando el cerebro; asumiendo la responsabilidad tanto de nuestras pensaciones, como de las acciones y sus resultados. Los resultados dependen de lo que hacemos, lo que hacemos de lo que sentimos, y lo que sentimos de lo que pensamos. Un sistema nervioso sano nunca propone pensamientos al azar. Analiza y simplifica el entorno para inventar una versión adaptada al presente de aquellos pensamientos más usados en situaciones pasadas similares. Este es su principal criterio de selección. Aparte de estar condicionados por el pasado, los planes de futuro y ser coherentes con el presente, un buen candidato a pensamiento debe ser frecuente. Tratamos de controlar las cosas que pensamos o de gestionar nuestras emociones de mil maneras, lo que nos ha llevado a un callejón sin salida, donde los resultados nunca son exactamente los esperados. Al intentar controlar un pensamiento le estamos prestando atención. Entonces sentimos la emoción asociada a él y actuamos. Resistirse es una acción, y cada vez que tratamos de resistirnos, estamos actuando. En el intento de cambiar, el cerebro interpreta que ese pensamiento es útil debido a que lo estamos usando, y por lo tanto lo propone con más frecuencia. Sin darnos cuenta conseguimos el efecto contrario. Cuanto más intentamos cambiar las cosas que pensamos más presentes se vuelven. Tenemos que ser honestos y decirle al organismo "este pensamiento no me sirve para vivir este momento". Hacerlo una vez puede que no sea suficiente para reeducar el cerebro, el proceso de aprendizaje será equivalente e igual de duro que cuando aprendemos a bailar por primera vez. Nuestro objetivo no es tener mejores pensamientos, más positivos o mejorar la comunicación, sino dejar de depender totalmente del pensamiento, y este giro consiste en llevar la atención a un lugar diferente. La verdadera inteligencia nada tiene que ver con la capacidad de resolver problemas o conectar conceptos, sino más bien con la capacidad de seleccionar las ideas más útiles en cada situación de vida.
La atención es uno de nuestros bienes más preciados. Vivimos saturados con la atención puesta en mil cosas (casa, email, futuro, Netflix) y resulta que cuando echamos mano de la atención para elegir si usar o tirar un pensamiento, está quemada y perdemos la capacidad de elegir. Estamos agotados convirtiendo la felicidad en algo complicado. Para dar el salto, debemos tener la atención en plena forma, debemos empezar a rehabilitarla. La multitarea nos desgasta y nos agota, convierte el día a día en un torrente de pensamientos automáticos que nos empujan a actuar. Cuando hacemos dos cosas a la vez, la atención se fracciona. Rendimiento y concentración caen y la probabilidad de errar se dispara. La atención se va anestesiando con cada tarea adicional que añadimos. Como consecuencia, el presente se disuelve para el cerebro. En las ciudades vivimos sobrecargados de estímulos que tratan de llamar nuestro interés. Empecemos por pequeñas acciones como evitar tener las redes sociales y el correo anclados en la pestaña del navegador todo el día. La experiencia nos enseña que no solo es posible, sino imprescindible si queremos rendir mejor, ser más eficientes y llegar a casa con mejor humor. Se trata únicamente de añadir consciencia en lo que hacemos, aprender cómo funciona el organismo y sacarle el máximo partido. Nadie está hablando de prescindir de la tecnología o hacerse ermitaño, tampoco de emplear tiempo extra en nada. Hablamos de seguir una estrategia para regenerar la atención 100% compatible con la cotidianidad, y a cambio, tendremos la posibilidad de retomar las riendas de nuestra vida. Para los más atrevidos, existen estrategias avanzadas como restringir el horario de acceso al correo y redes sociales, ser más ordenado, hacer deporte, dar un paseo por la naturaleza, jugar, ser honesto, divagar, hacer yoga, acariciar una mascota, hacer el idiota, celebrar, meditar, tener sexo, confiar en la vida o hacer breves descansos cada 30-45 minutos. Este último punto es especialmente efectivo. La atención trabaja en ciclos de 30-45 minutos. Rendiremos mejor si nos tomamos pequeños descansos y damos espacio para que la atención se regenere, así tardaremos más en llegar al punto de saturación. La felicidad para algunos es la ausencia de inconvenientes y depende de las cosas que pasan en la vida, de los resultados. Otros la ven como un estado de satisfacción espiritual y físico alcanzable a sorbos. Incluso hay cerebros que piensan que la felicidad es su vecina. La posibilidad de ser felices está ahí, no la vemos porque vivimos distraídos haciendo números para llegar a fin de mes o buscando alguien que nos haga felices. Cada vez que ponemos la atención en algo, el resto del mundo desaparece para nuestro cerebro.
Cualquier acción produce consecuencias internas y externas. Cada vez que reaccionamos ante una emoción, le estamos diciendo al cerebro "este pensamiento es útil para vivir este momento", y por lo tanto, estamos educándolo. La próxima vez que nos encontremos en una situación parecida, el sistema nervioso volverá a proponernos un pensamiento similar, al usarlo entiende que resultó "útil". La mayor parte del tiempo actuamos dominados por las emociones, con la sensación de que los pensamientos hacen lo que quieren con nosotros. El primer paso en falso lo damos al creer que las emociones que sentimos provienen de las palabras de los demás cuando en realidad, son el resultado de poner la atención en nuestro pensamiento. Esta confusión nos hace tratar de luchar o huir constantemente de las cosas que pensamos y sentimos. Para luchar contra algo tenemos que prestarle atención para mantenerlo a raya, y cuanta más atención prestemos más grande se hará la emoción. La solución pasa por no usar ese pensamiento, y el reto consiste en hacerlo con la atención saturada. El estrés, los dispositivos electrónicos, el alcohol o la falta de sueño queman la atención privándonos de la capacidad de elegir y reeducar el cerebro. El estilo de vida actual se basa en trabajar todo el día (estrés), consultar las redes sociales (estrés digital), tomarnos una cerveza o copa de vino por la tarde-noche (neurotóxico) y acostarnos viendo una serie en Netflix (falta de sueño). A nuestro favor hay que decir que sacamos heroicamente un hueco para hacer ejercicio y tratamos de alimentarnos lo mejor posible. Si queremos cambiar los resultados debemos ir al origen del problema: lo que pensamos. No con el fin de cambiar pensamientos o hacerlos más positivos, sino para decirle al sistema nervioso "este pensamiento no me sirve para vivir este momento". Este matiz, tiene la capacidad de transformar por completo el mundo que vemos. Estamos hablando de tomar conciencia del funcionamiento del organismo, de recordar que un pensamiento es una propuesta neuronal, y recuperar así el poder de elegir qué pensamientos son útiles para vivir este momento. Si queremos reeducar el cerebro necesitamos situaciones, tener pensamientos desagradables y sentir sus emociones asociadas, para poder decirle al cerebro "este pensamiento no me sirve para vivir esta situación". Ser feliz pasa por darse cuenta de esto. Cualquier método que trate de alterar los pensamientos o mejorarlos, aunque parezca funcionar en un primer momento, a largo plazo se vuelve ineficaz y dará paso a la frustración.
Hemos convertido la felicidad en una imagen mental repleta de coches de lujo, éxitos profesionales, vacaciones en Cancun, parejas perfectas y hoteles con pulsera. Unos creen que el dinero, la salud y el amor no dan la felicidad, pero ayudan (y mucho). Otros opinan que se esconde en los pequeños detalles, es cuestión de suerte o directamente no existe. Independientemente de la idea, llamamos felicidad a la sensación que resulta de comparar nuestra imagen feliz de las cosas con el momento presente. Por otro lado, está la situación de cada persona y su percepción individual de la realidad. Somos felices cuando nuestra imagen feliz coincide exactamente con el momento presente. Ante cualquier diferencia, dejaremos de ser felices. En ese momento aparecen las expectativas, y el sufrimiento será proporcional a la distancia entre la imagen feliz y el instante presente. Desde un punto de vista estadístico es prácticamente imposible ser feliz en el mundo en que vivimos. Hemos convertido la felicidad en algo elitista. Las imágenes felices determinan qué debe ocurrir en nuestra vida para alcanzar un estado de bienestar, y al mismo tiempo, también definen aquellas experiencias que generan sufrimiento. Felicidad y sufrimiento comparten origen, son las dos caras de la misma moneda. Si realmente queremos ser felices, debemos dejar a un lado la manía de culpar a las situaciones de vida y a los demás de las cosas que sentimos, y tomar la responsabilidad. Mirar al mundo siendo conscientes de que son nuestras propias imágenes felices (pensamientos) las que ponen límites a la felicidad hace que el mundo se transforme. Justo en el momento antes de la acción, cuando el cerebro propne el pensamiento y comenzamos a sentirlo, podemos tomar dos rutas. La primera es aplicar la regla de usar o tirar sobre el pensamiento. En cuanto nos demos cuenta de que nos aleja de la felicidad, debemos girar la atención hacia nosotros mismos y decirle al cerebro alto y claro: "Este pensamiento no me sirve para vivir esta situación de vida". En este caso, hemos elegido el camino de la neuroeducación y la reacción nunca tendrá lugar. La próxima vez que nos encontremos en una situación similar, es menos probable que el sistema nervioso proponga el mismo tipo de pensamiento. Ahora bien, si tenemos la atención saturada o simplemente actuamos compulsivamente. El pensamiento ha sido usado, y aunque podríamos plantearnos aplicar la regla de usar o tirar a pensamientos futuros, vamos a tomar una segunda ruta: aplicar la regla de la expansión de la felicidad. Esta regla tiene forma de pregunta: ¿estamos dispuestos a incluir esta situación dentro de la felicidad? Esta regla nos recuerda la posibilidad de que presente e imagen feliz sean uno. Cualquier argumento, cualquier intento por cambiar al otro o por buscar culpables deja de tener sentido cuando presente y felicidad se funden en un abrazo. Esta regla es aplicable a cualquier situación de vida por justa o injusta que parezca porque no trata de cambiar nada. La pregunta nos hace mirar a los ojos de nuestra imagen mental feliz, y nos permite tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos como seres humanos. Tratamos de cambiar personas o situaciones para que sean lo más parecidas posibles a nuestras imágenes felices. No funciona y nunca ha funcionado durante mucho tiempo Incluir cualquier situación de vida dentro de la felicidad es solo una posibilidad, pero hace que la vida adquiera un color distinto, disparando las ganas de vivir, acercándonos a la paz y al bienestar.
¿Cómo puedo aprender a incluir cualquier situación de vida dentro de la felicidad? No es necesario hacer nada concreto; solo vivir, saber cómo funcionamos, estar atento. El propio organismo se encarga de enseñarnos en cada situación de vida aquello que excluimos de la felicidad a través de pensamientos y emociones. Hasta ahora, hemos ido dando palos de ciego porque desconocíamos cómo funciona el organismo y la vida. Ahora que estamos al día de sus manías, somos conscientes de que los pensamientos y las emociones son un GPS hacia la felicidad, capaces de enseñarnos qué estamos excluyendo de ella. Cualquier pensamiento que nos haga sentir algo distinto a la felicidad absoluta necesita ser revisado. Cualquier pensamiento está tratando de hacernos felices poniendo en evidencia todas las cosas que excluimos de la felicidad para qué podamos incluirlas. Por eso no tiene sentido querer dejar de tener pensamientos que producen sufrimiento o dolor. Por eso no debemos esforzarnos por ser más optimistas, más espirituales o más positivos. Si cambiamos nuestros pensamientos, no veremos aquello que estamos dejando fuera de la felicidad. Nadie está diciendo que no haya cosas que cambiar, que no exista el hambre en el mundo o que la guerra sea un cuento chino. Únicamente estamos descubriendo la posibilidad de transformar el mundo que vemos desde el amor y la felicidad, en lugar de intentar hacerlo desde el miedo y el sufrimiento como hemos hecho hasta hoy. Para hacelo necesitamos los pensamientos y las emociones que tenemos ahora. Es la única forma que tenemos de conocernos. La mejor forma de expandir la felicidad es comenzar por aspectos cotidianos, desde nuestro presente. No es necesario remontarnos a cuando éramos niños. El cerebro trabaja siempre en el ahora, y solo desde ahí puede mostrarnos aquello que hemos dejado fuera de la felicidad para que podamos incluirlo. No hace falta ser reflexivos o positivos para intentar atraer el resultado que queremos. Tan solo ser honestos. Al llevar la honestidad al mundo de las imágenes mentales, nos damos cuenta de que rechazamos la felicidad constantemente. Solo después de reconocer que formamos parte del proceso inteligente de la vida y de tomar conciencia del funcionamiento del organismo, estamos en disposición de asumir nuestro verdadero propósito: expandir la felicidad, aprendiendo a incluir cualquier situación de vida en ella. La posibilidad de ser felices está ahí siempre, y el presente es la única oportunidad que tenemos para serlo.
¿Estamos dispuestos a ser felices ahora?
El tesoro de "El libro que tu cerebro no quiere leer"
A veces cuando un cientifico habla en algun medio de comunicaicon, llega a existir en muchas personas una sensación (pensamiento) de: “Es cientifico lo que dice, debe ser verdad”. Sin embargo muchos cientificos actualmente nos invitan a dudar, por que la ciencia esta hecha por personas, y los cientificos no estan libres de sesgos, o simplemente una mala interpretación. Para David del Rosario, usar la ciencia para tener razón es darle un uso equivocado, y nos lleva por el camino de creer que lo sabemos todo y dejar de aprender. La ciencia nos saca de la costumbre, de nuestra forma habitual de ver las cosas ofreciendo un punto de vista completamente nuevo. Este es el verdadero tesoro de la ciencia que pocos ven, y este es el tesoro de "El libro que tu cerebro no quiere leer", un libro para aquellas personas que estan dispuestas a dejar de lato todo aquello que creen saber, mirar de nuevo y emprender un viaje hacia horizontes desconocidos. Cada día es más evidente que la perspectiva “ciencia” no es mejor que la “perspectiva personal”, es tan solo otro punto de vista, tener la razón es algo que solo le importa a los seres humanos. Este libro está escrito desde el mundo no lineal, lo que permite al lector emprender un viaje para observar como hemos construido un mundo a base de imagenes mentales que se oponen a la vida, y esa es la base del sufrimiento moderno, y precisamente la ciencia es uno de los medios para comprender el papel de la mente y desenmascar nuestra percepcion de la realidad, para darnos cuenta de que el mundo que vemos, es tan solo una interpretación, y de esa forma, experimentar que al tomar conciencia de cómo funcionan la vida, la mente y el organismo, transformamos el mundo que vemos.
“A la ciencia le importa un carajo tener razón. A quien le importa es al ser humano” - David del Rosario
Ahora es tu turno: ¿Piensas tú, o piensa u cerebro? cuéntamelo en comentarios.
Gracias por leerme, si te ha gustado compártelo
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