El pasado, ¿pisado?. Humano primitivo vs actual
- Aarón Pérez
- 3 ene 2022
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 21 may

El doctor A.K. Pradeep, especialista en neuromercadotecnia, en su libro The Buying Brain (El cerebro comprador), explica cómo los avances recientes en la capacidad de monitorear el cerebro, las tecnologías digitales y la potencia informática permiten a los científicos profundizar en el funcionamiento del cerebro humano. Estos hallazgos preparan el terreno para la neuromercadotecnia, que aprovecha esta nueva información para desarrollar y promover productos que tengan impacto en los consumidores. Pradeep ofrece un panorama completo del funcionamiento del cerebro y los avances en pruebas neurológicas y neuromercadotecnia que permiten a los mercadólogos apelar directamente a los pensamientos y sentimientos de la gente. Aunque la propaganda que hace a su empresa de neuromercadotecnia le roba la atención a sus reflexiones, prueba de ellos son las cuatro mini historias que cuenta para explicar la diferencia, o más bien la similitud, de la vida cerebral de nuestros primeros ancestros hace cien mil años en África y nuestra vida en la actualidad.

También te puede interesar:
Historia 1

Viajemos en el tiempo y observemos tu vida hace cien mil años. Te despiertas en la sabana africana un día muy seco, con el sol en la cara. Tienes hambre y frío. Tu cerebro orientado por objetivos (tu nuevito córtex prefrontal comanda al cuerpo a buscar y encontrar lo que más se necesita) te empuja a salir, a conseguir comida. Tomas tu lanza, también nuevecita, y te alejas de tu refugio. Tus niveles de ansiedad aumentan, tus sentidos están alertas, tus oídos monitorean todo tipo de ruido que escuchas a trescientos sesenta grados. Tus ojos escanean el horizonte, tu nariz olfatea el olor a otros animales, agua, plantas. Tu boca está muy seca, y todos tus músculos están tensos y preparados. Tu respiración es rápida y tu ritmo cardíaco, elevado. Dos horas más tarde, tus ojos, oídos y nariz te alertan. Algo se está moviendo detrás de los pastos altos. De pronto una cola aparece y de inmediato la mirada de un leopardo se cruza con tus ojos. En una velocidad alucinante tu cerebro calcula el próximo paso. El leopardo es más rápido que vos. ¿Deberías escapar? Pero tu lanza es mortal y tienes mucha hambre. ¿Deberías luchar? En milisegundos la decisión está tomada. El leopardo también tiene hambre, y ves su determinación mientras se te acerca agazapado y te muestra sus dientes. Sus bigotes se mueven mientras entra en estado de máxima alerta. Toma la decisión y se te abalanza. Dos predadores mortales con mucha hambre y solo uno sobrevivirá. Tu corazón bombea fuerte, tu cuerpo transpira y tus músculos tiemblan mientras avanzas en esta vida con escenarios de vida o muerte. La pelea fue corta pero sangrienta. Estás herido pero volverás a tu refugio con tu lanza. El leopardo está colapsando y tu cuerpo segrega endorfinas; la hormona de “me siento bien” te produce una sensación de euforia. Cargas el leopardo en tu espalda y caminas algunos kilómetros hasta tu hogar, ahuyentando cuervos y hienas que te quieren robar la comida. Te recibe la gente de tu tribu con alegría, preparan un festín y limpian tus heridas. Aquí el circuito cerebral de recompensa se enciende, y la sensación de orgullo y deber cumplido se establece profundo en tu psique. Esto te impulsará a que salir a cazar algún otro día. Cuando en el cerebro se enciende el sistema de comportamiento-recompensa, se libera una fuerte dosis de dopamina que nos motiva a volver a intentarlo y a repetirlo. Durante algún tiempo este sistema de comportamiento repetitivo enciende el circuito de recompensa y otros sistemas neurológicos que nos motivan a mejorar nuestro rendimiento y hacerlo cada vez más fácil y con frecuencia.
Historia 2

Física y emocionalmente exhausto, te entregas a un sueño reparador. Un nuevo día amanece. Mismo cerebro hoy, siglo XXI. Esta mañana te despiertas con el sonido de tu alarma digital. Estás calentito y cómodo. En lugar de focalizar en la búsqueda de comida para asegurar tu supervivencia, examinas tu heladera para ver qué opción de “pocas calorías” te conviene. Muy rara vez, o nunca, la búsqueda de un sustento es tu motivador principal para comenzar tus actividades. Pero tu cerebro primitivo todavía siente una compulsión por cazar, por lograr, entonces eleva la misión del día a un escenario de vida o muerte. Revisas tu e-mail y te das cuenta de que un proveedor te acaba de mandar una carta documento. Exactamente cómo te sucedió en la hambrienta sabana africana, tu ansiedad aumenta, te pones tenso y super alerta. Al cerebro le urge la búsqueda de alivio. Agarras el celular y la laptop para comenzar tu viaje en auto al trabajo. Sentado en el tránsito, tu cerebro se siente amenazado. Las bocinas suenan todas al mismo tiempo y tu amígdala (parte del cerebro que responde al estrés) prende fuego. Tu presión sanguínea aumenta y tu corazón va más rápido. Todo tipo de mensajes publicitarios en la autopista te seducen y te invaden sin cesar. Prendes el radio. La Bolsa ha caído. Tu sentido de seguridad se ve amenazado otra vez. Tu irritación crece cuando un auto trata de pasarte por donde no debería. Te enojas y no lo dejas pasar, haciendo una maniobra automovilística digna de un maestro del volante. Llegas al trabajo y te estacionas. En el estacionamiento, un grupo de jóvenes transpirados y temblorosos tratan de robarte la computadora, el celular y la plata. Tu instinto de supervivencia entra en juego. Gritas y tratas de moverte entre los jóvenes. Confrontados por ti, ahora ellos están tan enojados como desesperados. No sólo quieren tu computadora sino también tu vida. Tu corazón se sale por la fuerza de los latidos, y tus músculos tiemblan. Justo llegan dos guardias de seguridad, y los hombres se escapan. Sientes alivio. Horas, días y semanas más tarde, tu cerebro va a revivir toda la escena. Vas a soñar con ella todas las noches. Tu umbral de miedo ahora es más bajo, y tu seguridad se ve amenazada constantemente. Pero no corres ni te escapas (como cien mil años antes) sino que entras en tu oficina y te sientas en tu escritorio. Interactúas con tus colegas todo el día, tratando de influenciarlos y obtener más poder. Tu nivel de cortisol (la hormona del estrés) aumenta, y mejora tu estado de alerta y rendimiento. Estás “en tu juego”, alineándote con aquellos que apoyan tus objetivos y escaneando a los que podrían destruirte. Tus ojos, el cien por ciento del tiempo, ocupándose de esto. Cuando vuelves a casa, la noche ha caído, y un montón de luces parpadeantes te acompañan en el camino. Tu cerebro lucha para tratar de entender todos esos mensajes que te disparan esas luces. La gran mayoría es irrelevante. Aquellos mensajes nuevos o relevantes repercuten en tu hipocampo, y quedarán guardados de manera más permanente en tu córtex. Llegas a casa, enciendes alguno de tus tres plasmas (o los tres) y pasas algunas horas recibiendo, enviando o monitoreando más mensajes (de texto, de email, de Internet, de publicidad, etcétera). Caes dormido en un sueño para nada restaurador, el cual es importantísimo para consolidar la información en tu memoria que podría ayudarte mañana a adaptarte mejor.
Historia 3

Viajemos ahora otra vez cien mil años en el tiempo, pero comparemos un día en la mujer de aquella época con un día actual. Te despiertas transpirada con un bebé hambriento en tus brazos. Lo limpias, le das de comer y luego buscas algo de comida para los dos. Estás peligrosamente flaca y con muchísima sed. El bebé necesita succionar de vos todo tu reservorio de grasa. Con el bebé encima, te aventuras unos metros alrededor de tu área de refugio. Las otras mujeres, adolescentes y chicos de tu tribu van contigo. Se acercan a un lugar donde hace unos días habían encontrado unos gustosos frutos y raíces. Cuando los niños se duermen, algunas mujeres los cuidan y otras siguen recolectando frutos, semillas, raíces y a veces, pequeños roedores y víboras. Todas las mujeres se mantienen cerca, siempre alerta a la aparición de depredadores, preparadas para pararse entre las fieras y los niños. Sin embargo, nunca atacarían a depredadores peligrosos y grandes. Su córtex prefrontal sabe que un ataque a “todo o nada” podría dejar a sus hijos vulnerables, sin protección o incluso muertos. Sin saberlo, este cuidado les permite cumplir con su objetivo en la evolución de la especie: procrear con éxito. La banda de mujeres y chicos se pasa el día juntando comida y apoyándose mutuamente. No obstante, si alguna miente o engaña, quizá sea una ventaja evolutiva para ella y su progenie. Las mujeres se ocupan de los enfermos y aprenden con rapidez a interpretar a los demás, y sobre todo, a sus hijos, que sólo pueden comunicarse con expresiones faciales y el contacto de ojos. Sin lenguaje hablado, las mujeres pueden distinguir si lloran por hambre, irritación, aburrimiento, angustia, etcétera. Mientras cuidan a sus hijos todo el día, la oxitocina fluye por su sistema dejándolas tranquilas, hasta un poco sedadas, pero muy comprometidas con sus tareas. El cableado del cerebro femenino evoluciona entonces con habilidades empáticas, comprendiendo muchas veces con sólo mirar al otro sus sentimientos o necesidades. Cuando cae la noche, vuelven los hombres. Alguno habrán cazado una gran presa que alimentara con proteínas y calorías a toda la tribu. Las mujeres celebran y recompensan al cazador exitoso (billetera mata galán), mientras que reaccionan tímidas y cautelosas con los frustrados para no irritarlos más de la cuenta. Las mujeres entonces elegirán al mejor macho según sus cualidades de exitoso cazador y procrearán con él. Mientras cenan y escuchan las historias de los cazadores (en idioma “gruñón”), las mujeres se acuestan al lado de sus hombres y con sus bebés en brazos.
Historia 4

Mismo cerebro, cien mil años más tarde. Apagas tu alarma, te duchas y te vistes rápido. Afuera todavía está oscuro, lo que te permitirá completar todas tus actividades del día. Preparas la mochila y el almuerzo para los chicos. Miras el calendario y qué actividades tienen hoy. Firmas un permiso para una excursión y le escribes una nota a quien cuida a los chicos por la tarde para que recuerde que tu hija tiene dentista y tu hijo partido de fútbol. Revisas la heladera y anotas lo que falta y lo que podrían comer tus hijos cuando vuelvan a la tarde del colegio. Pagas las cuentas online antes de despertar a los chicos, vestirlos, desayunar y llevarlos apurada a la escuela. Tu cerebro evoluciono, multitareas como el de tus ancestros que cuidaban a los chicos, buscaban comidas y atendían a los enfermos. Eres una genio de la eficiencia. El cableado del cerebro femenino evoluciona entonces como lo que se conoce por multitasking, con una conexión entre los hemisferios derecho e izquierdo más importante que en los típicos cerebros de los hombres. Esto les permite hacer malabares entre las emociones, la lógica y las muy diferentes tareas diarias, con más facilidad. En su día, las mujeres tienen muchas “misiones críticas”. Cada uno de los chicos necesita que los despierten y re despierten más de una vez. Los dientes, peinarse, lavarse. Tu hija llora porque no le gusta el vestidito que le elegiste cuando ya están en el auto para salir a la escuela. Pero tu habilidad empática resuelve el problema con rapidez. Agarras la laptop y el teléfono celular y te diriges a la escuela. De pronto te acuerdas de que hoy te toca a ir a recoger a otros niños y das la vuelta. Frustrada, llegas tarde a cada casa y a la escuela y tienes que soportar el enojo de los otros padres. Tomás la avenida, y es un caos. Conductores agresivos frenan de golpe, tocan la bocina y se te adelantan por donde no deberían. Tu cerebro siente esto como una situación de “vida o muerte”. Tu corazón late más fuerte, tu ansiedad aumenta, fluye cortisol por tu sistema. Pero tu cerebro está preparado para lidiar con peligros inminentes y ataques probables. Llegas a la oficina corriendo. Casi sin aliento entras tarde a una reunión. Mientras presentas tu trabajo a tus colegas, parte de tu cerebro continúa pensando en los chicos. ¿Les puse frutas? ¿Esos mocos serán una gripe o una alergia? Te hundes en tu trabajo, llenando propuestas y pedidos. Tu cerebro multitasking accede ambos hemisferios sin mucho esfuerzo. No almuerzas porque estás un poco atrasada. A las 14:30 llama la señora que cuida a tus hijos, está enferma. Tu cerebro ahora lanza señales de alarma por todos lados. Los hijos deben ser protegidos, es la prioridad. Agarras tus cosas y sales disparada sabiendo que lo que diga tu jefe o tus colegas puede ser peligroso para tu carrera, te lo advierte tu cerebro. Vuelves manejando rápido y revisando la hora todo el tiempo. Vas a llegar tarde y tu respiración se agita y se hace más corta. Cada semáforo rojo te desespera. ¡Vamos!, ¡vamos!, ¡dale!, ¡dale! Llegas quince minutos tarde, y tus hijos están enojados y caprichosos. Dejas a la nena en el dentista y al varón en fútbol, después vuelves al dentista. No pudiste ver el entrenamiento de tu hijo ni un solo minuto. No pudiste sentarte al lado de tu hija en el dentista. Sin embargo, tu cerebro disfruta del confort de tenerlos cerca. Vuelves a casa, son las siete de la tarde y la heladera está vacía. Estás levantada hace más de doce horas y todavía no pudiste pasar quince minutos de calidad con tus hijos. Los ayudas en sus tareas de la escuela, pides una pizza y abres la computadora para terminar lo que no pudiste hacer más temprano. Luego de una cena de veinte minutos cada uno se va a su cuarto. Como mujer con cerebro que necesita conectar, te sientes un poco incómoda porque no pudiste hablar con los chicos, ni con tu marido, ni con tus amigos en todo el día. A las diez de la noche los acuestas luego de revisar la tarea, llega tu marido mientras estás sacando la ropa del lavarropa. Hablan un rato muy corto y exhausta te tiras en la cama a eso de la medianoche. Sueñas con amenazas y ataques simbólicos mientras tu cerebro trata de entender lo que paso en el día.
Comparando con sus ancestros, los cerebros de las mujeres de hoy tienen muchas más responsabilidades. Su habilidad para mantener a los suyos cerca se ve amenazada constantemente por el estilo de vida de la ciudad moderna. Estas historias nos muestran con claridad cómo las emociones y el instinto son los verdaderos conductores de nuestro comportamiento, ya sea hoy en el siglo XXI o miles de años atrás.
Ahora es tu turno: ¿Sientes que no puedes hacer lo que deseas? cuéntamelo en comentarios.
Gracias por leerme, si te ha gustado compártelo
Videos relacionados:
"Encontrarte a ti mismo, por ti mismo"
Sígueme en mis redes sociales:
Facebook:
Comments