Biodecodificación de los Tatuajes - (Parte 4 de 4)
- Aarón Pérez
- 18 jun 2020
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 23 may

El tatuaje como arquetipo
Los tatuajes pueden representar a algún miembro de la familia, antepasados/ancestros, pareja, amistad, o alguna situación concreta de nuestra vida. Es claro que el tatuaje tiene un simbolismo, pero aquí entra en juego también lo que Carl Jung denomino como arquetipos.
Jung: la vida es símbolo
Aunque no seamos conscientes de ello, los símbolos nos envuelven en nuestra vida cotidiana. Además de que son el lenguaje onírico por excelencia, con frecuencia, recurrimos a términos simbólicos para expresar conceptos para los que no encontramos una definición exacta. Jung se dio cuenta de ello y formuló la famosa tesis del inconsciente colectivo que nos ayudará a entender el simbolismo que encierran los objetos o elementos más variopintos que nos rodean. A pesar de que los seres humanos utilizamos la palabra hablada o escrita para expresar el significado de lo que deseamos transmitir, nuestro lenguaje está repleto de símbolos, signos o imágenes que no tienen por qué ser especialmente descriptivos. Tal es el caso de siglas como UNICEF, OTAN u OVNI. En estos casos, las siglas actúan como signos. Otros ejemplos de signos los encontramos en el mundo publicitario porque, por lo general, no somos especialmente conscientes de que algunas marcas comerciales adquieren un significado inteligible gracias a su uso común o a determinadas campañas publicitarias: véase el caso de los kleenex –son marcas publicitarias tan extendidas que a casi nadie se le ocurre pedir unos pañuelos de papel-. En estos casos, los signos tan sólo cumplen la función de destacar los objetos o productos a los que están vinculados. Es importante distinguir el concepto “signo” de “símbolo” puesto que a veces se producen confusiones.
El lenguaje simbólico
Sin embargo, el lenguaje simbólico es mucho más rico y amplio. Aunque Sigmund Freud ya había formulado su tesis de la simbología existente en los sueños, fue su colaborador, el psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), formado en las universidades de Basilea y Zurich, el que dio vida a la tesis del inconsciente colectivo. Él mismo explicaba la complejidad del mundo simbólico “como hay innumerables cosas más allá del alcance del entendimiento humano, usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender del todo”. Y es que no percibimos las cosas por entero o nos cuesta comprenderlas por completo. Podemos intentar utilizar nuestros sentidos para entender algo, pero la calidad de lo tocado, visto, oído, gustado u olfateado depende a su vez de la calidad y del número de nuestros sentidos, y aun así, si hacemos una pequeña reflexión, descubriremos que existen sucesos que no han sido percibidos conscientemente. Éstos quedan bajo el umbral de la consciencia.
La formación de los símbolos
Quizá pensemos que aquello que hemos desterrado a simple vista, sin apercibirnos de ello carece de valor emotivo o vital, no obstante (si es importante) a la larga surgirá del inconsciente en forma de “reflexión tardía”. Generalmente, en formato de sueño, que es la mayor vía de conocimiento simbólico, aunque esa “reflexión”, casi con total seguridad aparecerá ante nosotros como una imagen simbólica. Jung explicaba este proceso a la perfección cuando afirmaba que “cuando algo se evade de nuestra consciencia no cesa de existir, como tampoco un coche que desaparece al volver una esquina se diluye en el aire. Simplemente está fuera de nuestra vista”. Ésto que acabamos de exponer es uno de los motivos por el cual todas las religiones emplean un lenguaje claramente simbólico, por no poder aclarar al cien por cien determinados conceptos a los fieles, ya que para muchas de estas ideas no existe explicación. Por ejemplo, la idea del Espíritu Santo no es sencilla de comprender. Sin embargo, si se nos muestra una paloma, automáticamente la asociaremos con ella. Lo más habitual es que los símbolos surjan en los sueños. Pero, si nos paramos a pensar, éstos pueden ser encontrados por todas partes: en las nubes, en los posos de una taza de café o té e incluso en una acción tan inocente y de moda como la creación de un tatuaje.
Tatuajes, los símbolos de la piel
Muchos jóvenes y no tan jóvenes se tatúan la piel sin darse cuenta de que lo que realmente hacen es crear un símbolo en ella. Antiguamente tatuarse la piel era considerado un rito de iniciación, especialmente en la antigua China, pero además, el tatuaje de por sí constituía un signo inalterable de la pertenencia a un grupo determinado; justamente lo contrario que algunos jóvenes promulgan cuando se les pregunta el porqué de sus tatuajes. Muchas veces argumentan que con ellos se sienten individuos “diferentes” del resto, con una “identidad propia”. Nada más lejos de la realidad. En verdad y sin saberlo, entran a formar parte de otro grupo. Ya que en este sentido los tatuajes siempre se entendieron como un signo de alianza. Si usted lleva tatuado en su piel un animal, quizá desconozca que los antiguos chinos consideraban necesario imprimirse un animal, para poder identificarse o aprender “mágicamente” las virtudes o cualidades del mismo. Lo mismo ocurre con los objetos o vegetales. Pero la cosa va un poco más lejos si explicamos que quienes se tatuaban un animal, además de adquirir supuestamente sus capacidades, pretendían inmunizarse “mágicamente” de todo lo negativo que ese animal simbolizaba; tal es el caso de los escorpiones o los reptiles.
Tipo de símbolos
Dentro del lenguaje simbólico se han definido tres tipos de símbolos.
- Símbolos universales: Comunes a toda la humanidad. Son elementos con los que soñamos todos habitualmente, sea cual sea nuestro lugar de residencia, edad, cultura o religión. Se heredan y pertenecen a lo que llamaba Jung el “inconsciente colectivo”. Freud denominaba a estos símbolos “remanentes arcaicos” mientras que Jung utilizaba los términos “arquetipos” o “imágenes primordiales”. Ejemplos de esta clase de símbolos son: Agua, aire, tierra, fuego. Los estudios comparativos realizados en 1926 por los antropólogos Hodgson y Rose, son más que significativos. Se dedicaron a comparar la interpretación que hacía de los sueños Artemidoro de Éfeso (oniromante de Marco Aurelio) con la efectuada por un remoto pueblo de Niasalandia (actual Malawi). Las similitudes resultaron ser asombrosas.
- Símbolos locales: son símbolos que aunque sean generales, lo son mucho más dentro de una cultura o época, mientras que en otras no poseen la misma interpretación. Por ejemplo, los gatos o los escarabajos en la antigua civilización egipcia, no representan lo mismo para la cultura europea.
- Símbolos personales: son propios e intransferibles, los vamos creando nosotros a través de nuestra infancia, trayectoria y vivencias. Puede darse la circunstancia (y suele ser lo habitual) de que dichos símbolos poseyeran de antemano un significado propio, universal o local. Entonces, tienden a entremezclarse, prevaleciendo el personal sobre el resto. Queda patente que si durante nuestra infancia nos atacó un perro, seguramente no tendremos la misma idea de este animal que otra persona que nunca haya sufrido un ataque.
Algunos símbolos comparados ocn diferentes culturas.
- ARAÑA: aunque para nuestra cultura la araña es un símbolo negativo asociado a la perversidad, en la India adquiere el significado local del sentido cosmológico. Dicha interpretación se basa sobre todo en que se analiza al animal y a la posición que éste ocupa en su tela. La expansión de la tela en todo su esplendor posee una analogía con los rayos del astro rey. Los círculos concéntricos de su tela tienen que ver con la elaboración de los tejidos, de las tramas. La tela que se expande y crece alejándose del centro nos da una idea de que nos encontramos frente a una emanación del propio Ser. En cambio en Grecia, la araña se observaba como una burda imitación de la divinidad. Recordemos la triste historia de la tejedora Aracne que pretendiendo rivalizar con la diosa Atenea, fue transformada en araña para los restos.

CABALLO: la simbología del caballo es amplia y compleja. Para muchos pueblos la idea del caballo se asociaba con un ser tenebroso que surgía de entre las tinieblas, era un arquetipo de muerte y al mismo tiempo de vida. Para Artemidoro de Éfeso, un enfermo que sueña con un caballo adquiere un presagio de fallecimiento. Tampoco podemos olvidar que Ahrimán, el diablo del zoroastrismo, suele adoptar forma de caballo que surge para eliminar a sus víctimas. A pesar de todo lo expuesto, el caballo blanco, para otras culturas representa todo lo contrario. Para los psicoanalistas, en cambio, el caballo es uno de los numerosos símbolos del psiquismo inconsciente. En algunos otros pueblos, el caballo es un ser surgido de las tinieblas poseedor de capacidades mágicas. Este simbolismo se hace especialmente patente en Asia Central, donde el caballo adquiere poderes clarividentes que pone al servicio del hombre cuando éste es incapaz de seguir adelante.

COPA, CÁLIZ: la copa posee dos simbolismos básicos. Por un lado se la asocia con la abundancia y, por otro, con el bálsamo de la inmortalidad. El primero de los simbolismos viene trazado por el paralelismo existente entre la copa y el seno materno creador de la leche. El segundo, tiene su origen en el cáliz que supuestamente custodió la sangre de Cristo, que a fin de cuentas es el elixir de la inmortalidad. Sin embargo, para otras culturas, la copa simboliza la unión e incluso el matrimonio. Antiguamente, en China los esposos bebían de las dos mitades de una calabaza para simbolizar el casamiento. En Japón, el intercambio de las copas se hacía para reafirmar la fidelidad.

CUERDA: este objeto posee varios simbolismos en función de su posición. A primera vista la cuerda simboliza la ascensión -parecida a la escala-, pero si está anudada habla de ligadura y de cualidades mágicas. Esta segunda visión simbólica se encuentra con frecuencia en África, entre los brujos la emplean como elemento de poder. No obstante, en la cultura nórdica, muy alejada de aquel continente, la cuerda también era usada por los brujos para “atar los vientos” y manejarlos a su antojo. En América central la cuerda se convierte en un símbolo divino, especialmente en la cultura maya, pues se establece una analogía entre la cuerda y la semilla divina que cae del cielo para aportar fecundidad a la Tierra.

FUEGO: encierra varios aspectos simbólicos en función a cómo se presenta ante nosotros. La doctrina hindú nos habla de tres tipos de fuegos: El mundo terreno, el intermedio y el celeste, que se asimilan con el fuego común, el rayo y el Sol respectivamente. Para casi todas las culturas el fuego es purificador. Los druidas, por ejemplo, al llegar el mes de mayo, desarrollaban su fiesta del “fuego de Bel”. Esa noche encendían hogueras por las que se hacía pasar a la totalidad del ganado con el fin de preservarles de las epidemias. El fuego cobra un papel sumamente interesante en casi todos los ritos iniciáticos, pues se le atribuye un aspecto claramente purificador. Es uno de los grandes símbolos universales.

RAYO, RELÁMPAGO: se asocia al fuego, aunque en este caso el simbolismo posee un carácter mucho más voraz, inmediato y fulminante. Su llegada puede ser tanto para bien como para mal. El relámpago, por ejemplo, se asimila con la expulsión del esperma. Sería un acto de creación de Dios. Esta analogía con la Divinidad también la tenemos en la propia forma de presentarse ante el ser humano. La voz de Dios casi siempre viene acompañada de relámpagos, truenos e incluso rayos. No en vano, Job sentenciaba que el relámpago era el instrumento utilizado por Dios.

SOL: se trata de otro símbolo universal, porque para casi todas las culturas el sol es la propia divinidad, o una manifestación de ella. Para algunos pueblos como los bosquimanos o los pigmeos es el Ojo Divino que todo lo ve, mientras que para los pueblos de origen australiano, el Sol es su propio hijo. Los rayos solares que producen calor se ven como las fuerzas celestes que inciden sobre los humanos. Pero no olvidemos que el Sol puede calentar en exceso, adoptando así su faceta más destructora, especialmente generando la sequía en los campos. Sin embargo, casi todas las culturas lo tienen como un gran corazón que late dentro de ese gigantesco ser que es el propio universo.

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