Reseña: La Conciencia Sin Fronteras
- Aarón Pérez
- 9 sept 2024
- 36 Min. de lectura

"Aproximaciones de Oriente y Occidente al crecimiento personal"
¿Quién soy?
La incógnita acerca de quiénes somos probablemente ha atormentado a la humanidad desde el amanecer de la civilización, y sigue siendo una de los interrogantes más perturbadoras. Las múltiples respuestas que se han propuesto van de lo sagrado a lo profano, de lo complejo a lo simple, de lo científico a lo romántico, del plano político al individual. Es considerable la confusión al respecto, por que podemos encontrar actualmente una gran variedad de posibles enfoques, tanto orientales como occidentales, que van desde el psicoanálisis al zen, de la gestalt a la meditación trascendental, del existencialismo al hinduismo. Por si eso fuera poco, parece como si muchas de esas escuelas diferentes se encontrasen en abierta contradicción. No sólo diagnostican de diferente manera la causa del sufrimiento, sino que también prescriben métodos distintos para aliviarlo. En la actualidad no deja de crecer el interés, en toda clase de escuelas y técnicas que se ocupan de los diversos aspectos de la conciencia. Lo que tienen en común es que, todos intentan efectuar cambios en la conciencia de una persona. Pero ahí acaba la similitud. El individuo sinceramente interesado en aumentar y enriquecer su conocimiento de sí mismo, se encuentra con una variedad tan asombrosa de sistemas psicológicos y religiosos que apenas sabe por dónde comenzar o a quién creer. Lo más probable es que termine su estudio tan confundido como cuando lo empezó, porque estas diversas escuelas, indiscutiblemente se contradicen entre sí.
A medida que una persona (profana o terapeuta) se familiarice más con el espectro (con sus diversos niveles), más capacitada estará para orientarse (u orientar a su cliente) en el viaje que lleva a la comprensión y al desarrollo de uno mismo. Podrá reconocer más fácilmente en qué niveles se originan los conflictos y problemas presentes, y aplicar así a cualquier conflicto dado el proceso “terapéutico” adecuado para ese nivel. También es posible que llegue a reconocer con qué potenciales y niveles quiere establecer contacto, y qué procedimientos son los más apropiados para facilitar este desarrollo.

Algunos datos de "La Conciencia sin Fronteras"
La conciencia sin fronteras explica e indaga la más persistente alienación del ser humano, la que está en la base de toda su infelicidad y angustia: la fractura de nuestra identidad en diferentes parte separadas. Ken Wilber examina el espectro de la conciencia humana y el conjunto de terapias encaminadas a reintegrar estas dualidades artificiales. Estas terapias se inspiran tanto en Occidente como en Oriente. Ejercicios prácticos y bibliografía fundamental acompañan cada capítulo. La conciencia sin fronteras es, en suma, una importantísima referencia teórica a la vez que una útil guía práctica.
"La Conciencia sin Fronteras" es el libro mas conocido del autor Ken Wilber, impreso por la editorial Kairós y traducido al castellano por Marta Guastavino, fue publicado en Español el 01 de Enero de 1985, cuenta con 216 paginas y es considerado un libro de autoayuda.

Acerca de su autor:
Ken Wilber, es un pensador visionario de genio inspirado, uno de los más influyentes pensadores de la actualidad, y una de las más interesantes figuras que ha dado la intelectualidad de EE.UU. en las últimas décadas. Por la profundidad y originalidad de su pensamiento ha sido llamado a menudo como el "Einstein de los estudios de la conciencia". Es un destacado estudioso de la etapa integral del desarrollo humano; desarrollador de una “teoría del todo” integral que abarca las verdades de todas las grandes tradiciones espirituales, científicas y filosóficas del mundo. Es el escritor académico más traducido en Estados Unidos, autor de más de veinte libros sobre espiritualidad y ciencia entre los que destacan: "El espectro de la conciencia" (1977), "La Conciencia sin fronteras" (1979), "El Proyecto Atman" En 1980), "Desde el Eden" (1981), Sexo, Ecología y Espiritualidad (1995), en el cual ha criticado aspectos de la cultura occidental, además de movimientos como el "New Age". "Breve historia de todas las cosas" (1996). "Gracia y Coraje" y "One Taste" (1997). Sus libros han sido traducidos a unos 30 idiomas extranjeros. Actualmente todavía está activo como filósofo, autor y profesor.
Es reconocido como un importante representante de la psicología transpersonal, corriente que emerge hacia fines de los años sesenta a partir de la psicología humanista y que se relaciona fundamentalmente con la inclusión de la dimensión espiritual del ser humano. El Enfoque Integral de Wilber, una teoría radical que nos ayuda a darle sentido a nuestro mundo al incluir tantas perspectivas como sea posible, tiene amplias aplicaciones.
Que puedes encontrar en "La Conciencia sin Fronteras"
Lentamente limitamos nuestro mundo y nos apartamos de nuestra verdadera naturaleza al establecer fronteras. Asi nuestra conciencia, originalmente pura y unitiva, funciona en diversos niveles con diferentes identidades y límites. Cuando nos preguntan ¿Quién eres? describimos nuestro ser, (incluso cuando nos limitamos a percibirlo interiormente) tal como hemos llegado a conocerlo, incluyendo la mayoría de los hechos importantes (buenos y malos) que tenemos por fundamentales en lo que se refiere a nuestra identidad. Lo que en realidad hacemos (a sabiendas o no) es trazar una línea o límite mental que atraviesa en su totalidad el campo de la experiencia, y todo lo que queda dentro de ese límite lo percibimos como “yo mismo”, mientras que todo fuera del límite sentimos que queda excluido del “yo mismo”. Nuestra identidad depende del lugar por donde tracemos la línea limítrofe. Al trazarl uno percibe “soy esto y no aquello” para después reconocer nuestra identidad con “esto” y nuestra no identidad con “aquello”. Al decir “yo” trazamos una demarcación entre lo que somos y lo que no somos, nos limitamos a describir lo que hay en la parte delimitada por esa línea. Lo que llamamos crisis de identidad se produce cuando uno no puede decidir cómo ni dónde trazar la línea. Lo más interesante de esta línea divisoria es que puede desplazarse. Las formas más radicales de hacerlo se da en las experiencias en las que la persona expande el límite de su propia identidad hasta incluir la totalidad del universo.
La frontera más común que trazamos (entre lo que uno “es” y “no es”) es la de la piel. Todo dentro del límite de la piel, en algún sentido es el “yo”, mientras que todo lo que está fuera es “no-yo”. La persona se identifica básicamente con solo una faceta de la totalidad de su organismo a la cual se le conoce con diversos nombres: mente, psique, ego o personalidad. Biológicamente no hay fundamento para esta disociación o escisión entre la mente y el cuerpo. El individuo se identifica como una imagen mental de sí mismo, más o menos precisa, con los procesos intelectuales y emocionales que van asociados a dicha imagen. Vemos aquí otro tipo de línea limítrofe, la cual establece que la identidad de la persona se da principalmente con el ego, con la imagen de sí mismo. Esa línea puede ser muy flexible, que incluso dentro del ego o mente se puede erigir otra. Es posible incluso que el individuo se niegue a admitir algunas facetas de su propia psique como suyas. En lenguaje psicológico se dice que las aliena, las reprime, las escinde o las proyecta. Reduce el límite entre lo que “es” y lo que “no es” de manera que sólo da cabida a ciertas partes de sus tendencias yoicas. Esta imagen reducida de sí mismo es lo que llamaremos la persona (máscara). Como el individuo se identifica solamente con facetas de su psique (la persona), siente que lo que resta de ella “no es él” y vuelve a trazar el mapa de su alma de manera que niega y excluye de la conciencia los aspectos de sí mismo que no acepta (a estos aspectos los llamamos la sombra). Se puede mencionar al menos otro tipo de línea limítrofe a la que actualmente se presta mucha atención, y es la asociada con los llamados fenómenos transpersonales. Aunque las experiencias transpersonales son hasta cierto punto, similares a la conciencia de la unidad, no debemos confundirlas. En la conciencia de unidad, la identidad de la persona es absolutamente con todas las cosas. En las vivencias transpersonales, la identidad no se expande a la Totalidad, se extiende solamente más allá del límite orgánico de la piel. No se trata de postulados teóricos, sino de realidades observables, que cada uno puede verificar por sí mismo y en sí mismo.
Lo que importa de este análisis estriba en que el individuo no solamente tiene acceso a uno, sino a muchos niveles de identidad. Desde luego varían y se pueden subdividir, pero los mencionados parecen ser aspectos básicos de la conciencia humana. Dado que hay diferentes niveles del “yo”, existen también diferentes niveles de conflicto con “uno mismo”. Una línea limítrofe es también una línea de batalla en potencia, ya que delimita los territorios de dos campos opuestos y potencialmente en pugna. Una persona que esté en el nivel del organismo total encontrará a su enemigo en su medio ambiente, al parecerle externo y por consiguiente, una amenaza para su vida y su bienestar.
Todas las cosas que consideramos serias e importantes son un polo de un par de opuestos (bien y mal). También nuestros valores sociales y estéticos son siempre algo que se da en función de opuestos. Parece que nuestro mundo es una impresionante colección de opuestos, aunque la naturaleza no sabe nada de opuestos. No existen ramas verdaderas y falsas, árboles morales e inmorales, océanos justos e injustos. Es verdad que algunas de las cosas que llamamos “opuestos” aparentemente existen. Por ejemplo: árboles altos y bajos. Pero es algo que para ellos, no es problema. Cada decisión que tomamos, cada una de nuestras acciones y palabras, se basan en la construcción consciente o inconsciente de límites y fronteras. Tomar una decisión significa trazar una frontera entre lo que se elige y lo que no. Recibir una educación es aprender dónde y cómo se han de trazar límites y qué se ha de hacer luego con los aspectos acotados. Es evidente que desde los incidentes secundarios a las grandes crisis, desde las decisiones ordinarias a las trascendentes, desde una cierta preferencia a una pasión avasalladora, nuestra vida es un proceso de establecimiento de fronteras. Lo que caracteriza a una demarcación, por más compleja y enrarecida que sea, es que de hecho no delimita otra cosa que un dentro y un fuera.
Lo que crea un par de opuestos es la demarcación como tal, trazar fronteras es fabricar opuestos. La razón de que vivamos en un mundo de opuestos, es precisamente que la vida tal como la conocemos, es un proceso de establecer demarcaciones. Cada una es también un frente de batalla potencial, establecerlas equivale a prepararse para el conflicto de la guerra de opuestos. Vivimos en un mundo de conflicto y oposición porque es un mundo de demarcaciones y fronteras. Dado que cada línea fronteriza es también una línea de batalla, henos aquí con la difícil situación humana, cuanto más firmes son nuestras fronteras, más encarnizadas son nuestras batallas. Cuanto más me aferro al éxito, mayor será mi terror al fracaso. Cuanto mayor sea el valor que asigne a una cosa, más me obsesionará su pérdida. La mayoría de nuestros problemas son de demarcaciones y de lo opuestos que crean. Por lo general intentamos resolver estos problemas tratando de extirpar uno de los opuestos, nunca cuestionamos la existencia de la demarcación como tal. Como creemos que es real, imaginamos que los opuestos son irreconciliables.
Suponemos que la vida sería placentera si pudiéramos anular los polos negativos e indeseables de todos los pares de opuestos. Consideramos el progreso como avanzar hacia lo positivo y alejarse de lo negativo, aunque después de siglos, no existan pruebas de que acentuar lo positivo y tratar de eliminar lo negativo, nos haga felices o estar en paz nosotros mismos. Al perseguir ciegamente el progreso, hemos institucionalizado la frustración. En nuestro intento de acentuar lo positivo y eliminar lo negativo, hemos olvidado por completo que lo positivo sólo se define en función de lo negativo. La raíz de toda la dificultad se encuentra en nuestra tendencia a considerarlos totalmente irreconciliables, separados y divorciados el uno del otro. Por más que puedan impresionarnos las diferencias, los opuestos son inseparables y recíprocamente dependientes, por la sencilla razón de que ninguno de ellos podría existir sin el otro.
Quizás ahora podamos comprender por qué la vida, cuando se le considera un mundo de opuestos separados, es hasta tal punto frustrante, y por qué el progreso ha llegado a convertirse en la actualidad, no en un crecimiento, sino en un cáncer. Como nuestros objetivos no son elevados, sino ilusorios, nuestros problemas no son difíciles sino absurdos. Esto se debe únicamente a que aceptamos como real la demarcación entre los opuestos. Decir que "la realidad fundamental es una unidad de opuestos" es tanto como decir que en la realidad fundamental no hay fronteras. Estas, del tipo que sean, no se encuentran nunca en el mundo real, sólo en nuestra imaginación. Una línea (mental, natural o lógica) no es una demarcación, por que no sólo divide y separa sino que también une y aproxima. Las fronteras son ilusiones, fingen separar lo que de hecho no es separable. En este sentido, el mundo real contiene líneas, pero no tiene fronteras. Una línea real se convierte en demarcación ilusoria cuando nos imaginamos que sus dos lados están separados y no tienen relación entre sí, cuando imaginamos que no hace más que separar, pero sin unir al mismo tiempo. Nuestras palabras, símbolos, signos, pensamientos e ideas son meros mapas de la realidad, no la realidad misma, porque "el mapa no es el territorio". La mayor parte de nuestros "problemas vitales" se basan, en la ilusión de que es posible separar y aislar entre sí los opuestos, y en la creencia de que así debe hacerse. La liberación no consiste en librarse de lo negativo, sino en librarse totalmente de los pares de opuestos.
El secreto metafísico fundamental es que no hay fronteras en el universo. Las fronteras son ilusiones, demarcaciones que no son producto de la realidad, sino de la forma en que la cartografiamos y la acotamos. Poner límites e imponer a la naturaleza clasificaciones y nombres, fueron los comienzos del poder tecnológico y del control de la naturaleza. Cuando se establece un límite para obtener control sobre algo, al mismo tiempo uno se separa y se aliena de aquello que intenta controlar. De ahí la caída de Adán en la fragmentación, que se conoce como pecado original. Sin embargo, las demarcaciones que estableció Adán eran de índole muy simple. Se reducían a clasificar, y sólo servían para describir, definir, nombrar y cosas semejantes. Una vez que se han puesto los límites iniciales, de manera que el mundo aparece como un complejo de cosas y acontecimientos separados, pueden establecer demarcaciones más sutiles y abstractas. Eso fue precisamente lo que hicieron los griegos, donde aparecieron grandes cartógrafos y delimitadores. Si poner nombres había parecido magia, contar pareció divino. Un tipo de demarcación totalmente nuevo. Una demarcación de una demarcación, una metademarcación. El hombre descubrió que a partir de entonces estaba viviendo en dos mundos; el concreto frente al abstracto. La ciencia tardó siglos (hasta la época de Galileo y Kepler, alrededor de 1600) en iniciar el uso efectivo de la nueva metademarcación, constituida por actividades como contar, numerar, medir, etcétera. La medición no es más que una forma complejísima de contar. Donde Adán y Aristóteles trazaron demarcaciones, Kepler y Galileo trazaron metademarcaciones. Los científicos del siglo XVII dieron un paso más e introdujeron un límite propio de ellos y enteramente nuevo. Se les ocurrió imponer una demarcación a la metademarcación. Inventaron la meta-metademarcación, comúnmente conocida como álgebra. Expresado con sencillez, la primera demarcación produce una clase. La metademarcación produce una clase de clases, a la que se llama número. La tercera demarcación, o meta-metademarcación, produce una clase de clases, a la que se llama variable. Aquello que en las fórmulas, se representa como "x", "y" o "z". Así como un número puede representar cualquier cosa, una variable puede representar cualquier número. Adán podía dar nombre a los planetas y Pitágoras podía contarlos. Pero Newton podía decir cuánto pesaban. Todo el proceso de formulación de leyes científicas se basó en tres tipos generales de demarcaciones, cada uno de ellos edificado sobre su predecesor, y cada uno más abstracto y generalizado. Primero se traza una frontera clasificatoria, para reconocer las diferentes cosas y acontecimientos. Segundo, entre los elementos clasificados se busca los que se pueden medir. Esto permite pasar de la cualidad a la cantidad, de las clases a las clases de clases, de los elementos a las mediciones. Tercero, se emprende la búsqueda de relaciones entre los números y las mediciones del segundo paso, hasta que se pueda inventar una fórmula algebraica que las abarque a todas. Esto convierte las mediciones en conclusiones, los números en principios. Cada nuevo límite, aporta un conocimiento más generalizado y en consecuencia más poder. Sin embargo, por este conocimiento, poder y control sobre la naturaleza se pagó un precio, porque como ocurre siempre, una demarcación es un arma de doble filo. El hombre había alcanzado el control de la naturaleza, pero había tenido que separarse radicalmente de ella.
Cuando llego la revolución científica del siglo XX, las fronteras y los mapas clásicos de la antigua física literalmente se vinieron abajo. El universo a los ojos de la física clásica, es una colección portentosa, pero inarticulada de cosas y sucesos separados, cada uno de ellos aislado por demarcaciones definidas en el espacio y en el tiempo. Además se consideraba que estas entidades separadas (planetas, rocas, meteoros, manzanas, personas) eran susceptibles de ser medidas y contadas con exactitud, un proceso que a su vez, conducía finalmente a leyes y principios científicos. Así que empezaron a explorar el mundo de la física subatómica, suponiendo que todas las viejas leyes de Newton, u otras semejantes, se aplicarían a los protones, neutrones y electrones. Pero no era así en absoluto. Y lo peor no era simplemente que no se adecuaban a las antiguas leyes físicas. ¡Es que ni siquiera se les podía localizar! Como estas "realidades fundamentales" del universo no tenían fronteras definidas, no era posible medirlas adecuadamente. Esto era sumamente desconcertante para los físicos, porque se ocupaban precisamente del reino de la medición científica, de la numeración, de las metademarcaciones. A los físicos clásicos jamás se les ocurrió que las fronteras originales, las primeras demarcaciones, pudieran ser falsas. Formularon leyes que rigen las cosas separadas, para terminar descubriendo que no existen cosas separadas. Finalmente vieron que las demarcaciones en lugar de ser un producto de la realidad, eran producto de la forma en que cartografiamos y acotamos la realidad.
No significa que el mundo real sea producto de nuestra imaginación (idealismo subjetivo), sino que nuestras demarcaciones lo son. Lo físicos consiguieron tener un atisbo del mundo real, del territorio sin fronteras, del mundo que veía Adán antes de crear demarcaciones, el mundo tal como es y no tal como lo clasificamos, delimitamos, cartografiamos y metacartografiamos. Lo importante es que cuando vemos que el mundo está vacío de demarcaciones, vemos también que todas las cosas y acontecimientos (lo mismo que todos los opuestos) son recíprocamente dependientes y se interpenetran. Para la mayoría de nosotros esto es difícil de comprender, porque en gran medida nos aferramos a las demarcaciones como si fueran la vida misma. Tenemos la impresión de que la realidad se compone de "cosas diferentes" o “separadas”, cuando realmente no son más que un subproducto de las demarcaciones que nosotros mismos superponemos al campo de la conciencia. El hecho es que en realidad, nunca vemos demarcaciones, sino que las fabricamos. No percibimos cosas separadas, las inventamos. Todo deslinde entre opuestos, lo mismo que las fronteras entre cosas y aconteceres, no son en el fondo más que engaños. Cada demarcación es un frente de batalla en potencia. De esa manera, la batalla no se resuelve, se disuelve. Revelar que la realidad es lo que no tiene fronteras, es revelar que todos los conflictos son ilusorios.
La conciencia de unidad es la percepción del verdadero territorio sin demarcaciones. La realidad es efectivamente una condición en la que no hay demarcaciones. La conciencia de unidad es el estado natural de la conciencia que reconoce esta realidad. Nuestro lenguaje es un lenguaje hecho de límites. Las palabras, símbolos y los pensamientos mismos, no son en realidad otra cosa que límites, porque cada vez que pensamos o usamos una palabra, estamos creando límites. Que "realidad es lo que no tiene fronteras" es bastante cierto, siempre que recordemos que la percepción de lo que no tiene fronteras es una percepción directa, inmediata, no verbal, y en modo alguno una mera teoría filosófica. A esto se debe que los sabios místicos insistan en que la realidad está más allá de nombres y formas, de palabras e ideas, de divisiones y límites. De todas las fronteras que construye el hombre, la primaria y a la que menos estamos dispuestos a renunciar, es la que establecemos entre lo que somos y lo que no somos. De ella dependen las demás. Todas y cada una son obstáculos para la conciencia de unidad, puesto que todas dependen de esta demarcación primaria, verla como falsa es tanto como ver que toda demarcación lo es. En la conciencia de unidad, en la percepción de lo que no tiene fronteras, el sentimiento del “yo” se expande hasta incluir todo aquello que en el pasado se creyó ajeno al “yo”. En la medida en que podamos empezar a ver como falsa la demarcación primaria, el sentimiento de la conciencia de unidad se acerca. Es fácil llegar a la precipitada conclusión de que todo lo que tenemos que hacer es destruir la demarcación primaria. En realidad es más simple, no tenemos que intentar destruirla, sencillamente por que no existe. Como todas las fronteras, no es más que una ilusión; sólo parece que existe. Incluso el intento de destruir la demarcación primaria mediante actividades tan elaboradas como el yoga, la concentración mental, la plegaria, el ritual o el ayuno, no hace más que suponer que es real, y en consecuencia, equivale a reforzar y perpetuar la ilusión misma que se propone destruir. ¿qué significa ir en busca de la demarcación primaria? Significa buscar cuidadosamente la sensación de ser un "yo" separado, un ser aparte que experimenta, siente, y que es diferente de las vivencias y los sentimientos. Si buscamos cuidadosamente ese "yo", no lo encontraremos. Buscarlo y no encontrarlo, es al mismo tiempo, tener un atisbo de la conciencia de unidad. Si observamos la sensación del "yo interior" y del "mundo exterior", descubriremos que estas dos sensaciones son realmente uno y el mismo sentimiento.
La escisión entre el que experimenta y el mundo de las experiencias no existe, por consiguiente, no es posible encontrarla. Quien ve, el acto de ver y lo visto son todos aspectos de un único proceso, y nunca se encuentra uno de ellos sin los demás. Nuestro problema consiste en que tenemos tres expresiones ("quien ve", "el acto de ver" y "lo visto") para una única actividad, la experiencia de ver. Suponemos que no somos nada más que quien ve, totalmente divorciado de lo visto. Nuestro mundo queda entonces escindido por la mitad, con el "yo interno que ve" enfrentado a través de un abismo, a las cosas vistas "ahí fuera". Cuando buscamos al que experimenta, no encontramos más que otra experiencia; el sujeto y el objeto siempre resultan ser uno. Parece obvio que lo que equivocadamente tomamos por un pensador, no es en realidad otra cosa que la corriente presente de pensamientos. Por eso los sabios nos aconsejan que no intentemos destruir el "yo", sino que salgamos simplemente en su búsqueda. Cuando se comprende que uno mismo es el Todo, no queda fuera de uno nada que pueda infligir sufrimiento. Un lenguaje sólo posee utilidad en la medida en que puede establecer demarcaciones convencionales. El problema reside en que no hay ningún lenguaje cuya estructura permita captar la naturaleza de la conciencia de unidad. Aquí reside nuestro principal problema en la vida, la mayoría imaginamos sentirnos, conocernos, percibirnos, o por lo menos aprendemos en algún sentido lo que somos. Nos hemos identificado con nuestro cuerpo, mente y personalidad, imaginando que constituyen nuestro verdadero "ser", y nos pasamos la vida entera procurando defender, proteger y prolongar lo que no es más que una ilusión. Mente, cuerpo, pensamientos y deseos no constituyen mi verdadero Ser, como no lo son los árboles, las estrellas, las nubes y las montañas, porque con igual acierto puedo dar testimonio de todos ellos en cuanto objetos. Si procedo de esta manera, me vuelvo transparente para mi ser, mi "yo", y caigo en la cuenta de que, en cierto sentido, lo que soy va mucho más allá de este organismo aislado y limitado por la piel. Cuanto más me adentro en mí mismo, más salgo de mí mismo. Cuando me dirijo adentro en busca de mi verdadero Ser, lo único que encuentro es el mundo. El sujeto y el objeto, lo interior y lo exterior, son y han sido siempre uno. No existe demarcación primaria.
La conciencia de unidad es intemporal y eterna, no sabe de comienzo y fin. La eternidad no es una opinión filosófica, un dogma religioso o un ideal inalcanzable. Es algo tan obvio, que no tenemos más que abrir los ojos de una manera empírica y mirar. Generalmente entendemos mal el verdadero sentido de la palabra "eternidad", por que imaginamos que la se trata de un tiempo muy largo, una sucesión interminable de años, cuya cifra se extiende al infinito. La eternidad no es la conciencia de un tiempo perpetuo, sino una conciencia que se da por entero sin tiempo. Es evidente que si examinanos este momento presente veremos que carece de tiempo. Es intemporal, y por lo tanto eterno; no sabe de pasado ni de futuro. No comienza y por lo tanto no nace, por más que lo busques, no puedes encontrar, ver, ni sentir un comienzo de tu experiencia de este momento. De la misma manera, no hay fin para este momento, no muere. Nos demoramos en ayeres y estamos siempre soñando con mañanas, y así nos inmovilizamos con las tortuosas cadenas del tiempo y nos atamos a los fantasmas de cosas que no están realmente presentes. Todos nuestros problemas son problemas del tiempo y que se dan en el tiempo. Nos preocupamos siempre por el pasado o el futuro. En el estricto presente no hay problemas porque no hay tiempo. Al llegar a este punto debemos tener mucho cuidado con lo que entendemos. Este "vivir en el presente intemporal, no tiene nada que ver con la habitual treta psicológica de olvidarse del ayer y del mañana. No se trata olvidarlos o ignorarlos, ambos son productos ilusorios de una demarcación simbólica que se superpone al eterno ahora, que parece escindir la eternidad en ayer y mañana. El tiempo (en cuanto demarcación impuesta a la eternidad) no es un problema del que hay que liberarse, sino una ilusión que ni siquiera existe.
No podemos valernos del tiempo para salir del tiempo, si lo hacemos, sólo conseguiremos reforzar aquello mismo que intentamos desarraigar. Que esto resulte exasperante se debe a nuestra constante suposición de que todavía no estamos viviendo en el eterno ahora, y que por ello debemos dar los pasos necesarios para asegurarnos de que en el futuro lo estaremos. Suponemos que el tiempo es real, y entonces intentamos destruirlo. Si el tiempo carece de existencia real, no es necesario precuparnos por destruirlo. Sólo la memoria me asegura que hubo un pasado, si no fuera por ella no tendría idea alguna del tiempo. Cuando pienso en el pasado, lo único que realmente conozco es cierto recuerdo, pero ese recuerdo es en sí mismo, una experiencia presente. No conozco más que anticipaciones o expectativas que forman parte a su vez de la experiencia presente. Nuestro sometimiento al tiempo y a todos sus problemas son una ilusión. Introducimos una demarcación, un límite en el territorio de la eternidad, y al hacerlo, nos excluimos de ella. Cuando se ve que el pasado, en cuanto recuerdo, es siempre una experiencia presente, la demarcación que hay detrás de este momento se desmorona; resulta obvio que no hubo nada antes de este presente. No tiene nada de malo recordar el pasado, lo cual es esencial en este mundo. Resulta problemático que nos identifiquemos con estos recuerdos como si existieran fuera o aparte del ahora, como si incluyeran el conocimiento de un verdadero pasado exterior. Cuando todo recuerdo se entiende y se ve como una experiencia presente, la base de un "yo" que está fuera del presente se desploma por completo.
La psicología ortodoxa define el verdadero ser del hombre como un ego, y describe la conciencia de unidad como una ruptura de la normalidad, como un estado alterado de conciencia. Se puede entender el ego como una restricción y un estrechamiento antinaturales de la conciencia de unidad. Una vez construida esta demarcación primaria, de ella se sigue una cadena de consecuencias inevitables, una multitud de otras demarcaciones, cada una de ellas construida sobre la precedente. Cada vez que se superpone una demarcación a la realidad, esa demarcación genera dos opuestos aparentemente contradictorios. Lo mismo sucede con la demarcación primaria, ya que ésta secciona la propia conciencia de unidad, fraccionandola por la mitad y nos la presenta como un sujeto frente a un objeto. Cuando se da esta demarcación primaria el hombre ya no se identifica con su organismo y su medio, ya no es uno con el mundo que percibe, porque ahora, esos dos "opuestos" parecen irreconciliables. Con la demarcación primaria, el hombre se olvida de su previa identidad con el Todo, y la concentra exclusivamente en sí mismo, convertido en una unidad de cuerpo y mente. Resulta así que el hombre se imagina que vive solamente como un organismo separado y aislado. Pero en esto consiste precisamente la creación del siguiente nivel importante del espectro.
La conciencia de unidad se convierte en conciencia individual. Comienza así la batalla contra el mundo. El exterior se ha convertido en una amenaza potencial, puesto que tiene el poder de erradicar lo que ahora siento como mi ser "verdadero", la unidad de mi mente y mi cuerpo. En el momento en que el hombre separa su "yo" del medio, entonces y sólo entonces surge el miedo consciente de la muerte. El hombre no quiere vivir con su cuerpo, que es corruptible, y por eso vive solamente como su ego, como una imagen de sí mismo para sí mismo, y una imagen que excluye cualquier referencia válida a la muerte. Algunos de los deseos e impulsos del ego parecen tan extraños, amenazadores o prohibidos que la persona se niega a reconocerlos. Como teme que tener un deseo sea lo mismo que actuar de acuerdo con ese deseo, y que eso pueda traer consecuencias terribles, llega a negar incluso que haya tenido ese deseo. En otras palabras, no puede encontrar una imagen exacta y aceptable de sí mismo, la ha deformado en su intento de hacerla más aceptable, y ha terminado por negar algunas facetas propias. Se fabrica una máscara, de modo que todos los aspectos inaceptables de su ego se presenten como externos, ajenos, "lo que no soy", y están proyectados, formando la sombra. Se genera así el nivel de la persona. Cada vez que se traza un nuevo límite, la sensación que la persona tiene de sí misma se reduce, se encoge, se vuelve menos espaciosa, más estrecha y restringida. Primero el medio, después el cuerpo, más tarde la sombra, se revelan como "lo que no soy", "lo que existe ahí fuera", como objetos extraños y ajenos, como objetos enemigos, ya que cada línea demarcatoria es un frente de batalla.
El movimiento de descenso y descubrimiento empieza en cuanto uno se siente conscientemente insatisfecho con la vida. Al contrario de lo que opinan la mayoría de los profesionales, esta torturante insatisfacción con la vida no es un signo de "enfermedad mental", un indicio de inadaptación social o un trastorno del carácter. Cuando una persona comienza a experimentar el sufrimiento de la vida, empieza al mismo tiempo a tener conciencia de realidades más profundas y válidas, el sufrimiento destruye la complacencia de nuestras ficciones habituales acerca de la realidad y nos obliga a despertar en un sentido especial a ver con cuidado, a sentir con profundidad, a establecer contacto con nosotros mismos y con nuestro mundo, y hacerlo de maneras que hasta entonces habíamos evitado. Algunas no se enfrentan al sufrimiento de una manera reflexiva, racional, sino que más bien se aferran a él. No hay que negar la conveniencia del sufrimiento, evitarlo ni despreciarlo; pero tampoco hay que glorificarlo, dramatizarlo o aferrarse a él. La aparición del sufrimiento no es un bien, pero sí una buena señal, indicación de que uno comienza a darse cuenta de que vivir fuera de la conciencia de unidad es en última instancia doloroso, perturbador y triste. El sufrimiento es el primer paso hacia el reconocimiento de las falsas demarcaciones, y es liberador porque apunta más allá de todas las demarcaciones. Debemos interpretar bien el sufrimiento para poder adentrarnos en él, vivirlo y trascenderlo. Una mala comprensión hace que nos atasquemos en mitad del sufrimiento, nos revolquemos en él, sin saber qué más podemos hacer.
La mayoría de la gente se encuentra atrapada en la persona (máscara), en una imagen de uno mismo más o menos inexacta y empobrecida, creada cuando el individuo intenta negarse a sí mismo la existencia de una o varias tendencias que tiene, como pueden ser los impulsos eróticos, la tendencia a hacerse valer, el enfado, la alegría, hostilidad, valentía, agresión, interés u otras. Por más que se intente negarlas, las tendencias no desaparecen y puesto que son del individuo, lo único que éste puede hacer es fingir, "hacer como si" pertenecieran a otro, a cualquiera siempre que no sea él. Lo que consigue no es negarlas, sino solamente negar que le pertenecen. El mecanismo básico de la proyección es simple. Un impulso que surge en uno y que naturalmente apunta al medio, cuando es proyectado, aparece como un impulso que se origina en el medio y que apuntara hacia uno. Ha puesto el impulso al otro lado de la demarcación entre lo que uno es y lo que no es, y entonces naturalmente, el impulso le ataca desde afuera, en vez de ayudarle a atacar al medio. La proyección de la sombra tiene dos consecuencias principales. En primer lugar, uno siente que le falta el impulso, rasgo o tendencia que proyecta. Y en segundo lugar, parece como si existiera "ahí afuera" en otras personas. La mayoría de la gente presenta una fuerte resistencia a aceptar su sombra, a admitir que los impulsos y los rasgos que proyectan son suyos. Donde hay una proyección, está al acecho alguna forma de resistencia. En ocasiones, es leve, y otras veces violenta.
Todos tenemos nuestro “lado oscuro”, pero eso no significa "lado malo", tan sólo que tenemos una cierta medida de perversión y si nos damos cuenta de su presencia y la aceptamos, la vida es mucho más llevadera. Aquellas personas o cosas de nuestro entorno que nos afectan con intensidad, por lo común, son nuestras propias proyecciones. Todo aquello que nos fastidia, inquieta, repugna o (en el otro extremo) nos atrae, fascina u obsesiona, es generalmente un reflejo de la sombra. La persona que siente el rechazo de todo el mundo es totalmente inconsciente de sus propias tendencias a rechazar y criticar a los demás. La proyección de la sombra no sólo deforma nuestra visión de la realidad "exterior", sino que también altera la sensación de lo que somos "por dentro". Cuando intento expulsar mi sombra, no me libero de ella, me quedo con un síntoma, un doloroso recordatorio de que estoy ignorando alguna faceta de mí mismo. Entonces siento una aversión tan fuerte hacia los síntomas como la tuve antes hacia la sombra. Hasta es probable que intente ocultar mis síntomas ante otras personas, así como antes procuraba ocultar mi sombra. Cada síntoma contiene alguna faceta de la sombra, alguna emoción, rasgo o característica proyectada. Es importante entender que por más incómodos que puedan ser nuestros síntomas, no hay que rechazarlos, despreciarlos ni evitarlos, porque contienen la clave de su propia disolución. Luchar con un síntoma no es más que luchar contra la sombra contenida en el síntoma, y esto es precisamente lo que al principio causó el problema. Lo esencial de este segundo paso es darse cuenta de que todo síntoma no es más que una señal (o símbolo) de alguna tendencia inconsciente de la sombra. Por mediación de los síntomas se encuentra la sombra, y por mediación de la sombra, un camino hacia una imagen de sí mismo exacta y aceptable. La sombra no es más que nuestros opuestos inconscientes. Por ello una manera fácil de establecer contacto con ella, es suponer lo opuesto de lo que usted se propone, desea o quiere conscientemente en este momento. Lo cual no significa que actúe en función de sus opuestos, sino tan sólo que tenga conciencia de ellos. Tan pronto como uno pierde de vista la unidad de los opuestos, la conciencia de que ambos aspectos están en uno mismo los escinde, instalando entre ellos una demarcación, y en consecuencia, confina el polo rechazado en el inconsciente, de donde volverá para acosarnos en forma de síntoma. A medida que uno comienza a explorar sus opuestos, su sombra, sus proyecciones, empieza a descubrir que está asumiendo la responsabilidad de sus propios sentimientos y estados anímicos. Empezará a ver que las batallas que libra con otras personas son, en realidad, batallas entre uno mismo y sus opuestos proyectados. Empezar a entender que uno mismo es quien está produciendo sus propios síntomas es un tremendo alivio, supone a la vez que puede dejar de producirlos si los traduce de nuevo a su forma original. Uno se convierte en la causa en vez del efecto. Al tratar de negar ciertas facetas de nuestro ego, terminamos con una imagen falsa y deformada de nosotros mismos, que es lo que se llama “la persona”.
La idea de recuperar el cuerpo puede parecer rara y sorprendente. La demarcación entre el ego y la carne está tan profundamente incorporada en el inconsciente de la persona corriente que ésta responde a la tarea propuesta (enmendar esta escisión) con una curiosa mezcla de perplejidad y aburrimiento. Como cree que la demarcación entre mente y cuerpo es real, no puede explicarse el interés de nadie por manipularla y mucho menos disolverla. Mi conciencia es casi exclusivamente conciencia de la cabeza (soy mi cabeza), pero tengo mi cuerpo. El cuerpo queda reducido a no ser "uno", sino "propiedad" de uno; algo que es "mío", pero no es "yo". El cuerpo se convierte en un objeto o una proyección, exactamente como sucedió con la sombra. De manera que el cuerpo termina siendo proyectado como lo que “no es uno”. Como sucede con todas las proyecciones, el cuerpo proyectado vuelve para acosar al individuo, le tortura dolorosamente y lo que es peor, valiéndose de su propia energía. El ego y el cuerpo se enfrentan, y se inicia una guerra de opuestos. Existen varios opuestos importantes que llegan a asociarse precisamente con esta demarcación, pero uno de los más significativos es la oposición entre lo voluntario y lo involuntario. El ego es la sede del control, la manipulación, la actividad querida y voluntaria. Sin embargo, el cuerpo es básicamente una colección bien organizada de procesos involuntarios. El individuo, en cuanto ego, sólo está dispuesto a identificarse con aquellas acciones que son voluntarias y controlables; y todo lo demás, todas las acciones espontáneas e involuntarias, las siente como algo que de alguna manera no es él. El ego se siente especialmente acorralado por la vulnerabilidad del cuerpo al dolor. Aunque parezca sencillo, ésta es la gran dificultad con que tropieza casi toda persona que intenta conectar con su cuerpo. No quiere realmente sentir las piernas, el vientre o los hombros, sino que, piensa en las piernas, en el vientre o los hombros. Se los imagina, y de esa manera evita dirigir directamente sobre ellos su atención sensible.
Si siente hostilidad y cólera, puede descargar estas emociones en actividades como gritar, vociferar y gesticular con brazos y puños cerrados. Estas actividades musculares son la esencia misma de la hostilidad. Es decir, si quiere suprimir la hostilidad, sólo puede conseguirlo si suprime físicamente esas actividades de descarga muscular. En otras palabras, uno tiene que usar los músculos para refrenar esas actividades de descarga, o más bien tiene que usar algunos músculos para refrenar la acción de algunos otros. La mitad de los músculos pugnan por descargar la hostilidad golpeando, mientras que la otra mitad se esfuerza por impedirlo. Cada bloqueo, cada tensión o presión en el cuerpo es, básicamente, la contención muscular de algún impulso o sentimiento tabú. Parece como si estos bloqueos nos sucedieran, se produjesen contra nuestra voluntad, fueran totalmente involuntarios, nunca buscados, y que fuésemos sus víctimas. Tales bloqueos no pueden ser involuntarios. Son y deben ser algo que nos hacemos activamente a nosotros mismos. Lo curioso es que no sabemos que los estamos creando. No podemos relajar esos músculos, por la sencilla razón de que no sabemos que estamos contrayéndolos. Entonces parece como si estos bloqueos se produjeran por sí solos. Como siempre, debo jugar con los opuestos y hacer aquello que no se me habría ocurrido hacer antes; intentar activa y conscientemente, incrementar esa tensión en particular. Al hacerlo la tensión, en lugar de ser inconsciente, se haca consciente.
Esos bloqueos eran, y siguen siendo, formas de resistencia a determinadas emociones. Para poder disolverlos permanentemente, uno tendrá que abrirse a las emociones enterradas bajo la lápida del calambre muscular. Su liberación suele expresarse con un acceso de llanto, un par de gritos, la capacidad del orgasmo desinhibido, una buena y anticuada rabieta o el ataque temporal y furibundo a unos cojines dispuestos con ese fin. A medida que uno empieza a contraer activamente los músculos participantes, tiende a recordar contra qué estaba contrayendo esos músculos. En la medida en que podamos sentir que nuestros procesos corporales involuntarios forman parte de nosotros mismos, podemos empezar a aceptar como perfectamente naturales toda clase de cosas que no podamos controlar. Uno puede llegar a saber que no necesita controlarse para poder aceptarse. Aceptar que lo voluntario y lo involuntario forman parte de uno significa que ya no se siente víctima de su cuerpo ni de los procesos involuntarios y espontáneos. Ya no necesita culpar ni dar gracias a nadie por el hecho de sentirse como se siente. Uno es la fuente de todos sus procesos, voluntarios e involuntarios, y no su víctima. Aceptar lo involuntario como parte de uno mismo no quiere decir que uno pueda controlarlo. Pero al comprender que estos procesos forman parte de nosotros mismos tanto como los voluntarios, uno renuncia a ese programa crónico, pero estéril, de hacerse cargo de la creación, de manipularlo todo obsesivamente y sentirse obligado a controlarlo. Paradójicamente, entenderlo así aporta una sensación de libertad más amplia. La mayor parte de nuestros problemas y preocupaciones cotidianas se originan en el intento de controlar o manipular procesos que el organismo manejaría perfectamente, si no fuera por la intervención del ego. No sólo es posible aprender a aceptar que tanto lo voluntario como lo involuntario son uno mismo, sino también empezar a entender que lo voluntario y lo involuntario son lo mismo, son uno.
Al pasar a las bandas transpersonales, dejamos atrás la familiaridad y las orientaciones de sentido común con respecto a nosotros y nuestro mundo, entramos en un mundo más allá de las coordenadas habituales, donde iniciamos contacto con formas de percepción que trascienden al individuo y le revelan algo que ocurre más allá de su alcance. Lo más probable es que la persona corriente escuche con incredulidad a quien le señale que en lo más profundo de su ser, alberga un transpersonal, un "uno" o "yo" que trasciende su individualidad y la conecta con un mundo que está más allá del espacio y el tiempo. A la mayoría de los occidentales todavía les resulta difícil entender cómo es posible que en sus propias profundidades haya algo que realmente trasciende el espacio y el tiempo, cómo puede haber en su interior una forma de percepción, que como trasciende lo individual, está libre de problemas, tensiones y angustias personales. El cerebro humano tiene una antigüedad de millones de años, y a lo largo de ese tiempo llegó a configurar ciertas maneras básicas ("mitológicas") de percibir y captar la realidad, los arquetipos. Dado que la estructura básica del cerebro es similar en todos los seres humanos, todos podemos albergar los mismos arquetipos mitológicos básicos. Como los arquetipos son comunes a todos los pueblos, porque todos pertenecen a la especie humana, Jung llamó "inconsciente colectivo" a este estrato profundo de la psique. En otras palabras, no se trata de algo individual ni personal, sino supraindividual, transpersonal, trascendente. Hay partes del inconsciente, correspondientes a los niveles de la persona, el ego y el centauro (cuerpo), que contienen recuerdos personales, deseos, ideas, experiencias y potencialidades personales. Pero los ámbitos más profundos, los del inconsciente colectivo, no contienen nada de estrictamente personal, ahí se alojan los motivos colectivos de toda la especie humana, en forma condensada, en las profundidades de nuestro propio ser. Lo sepamos o no, ahí siguen viviendo y motivándonos profundamente de maneras tanto creativas como destructivas. En cierto modo, esto implica aprender a vivir mitológicamente la vida, afirmación que puede sumir en la perplejidad a muchas personas, los modernos, en general, tenemos una opinión muy desfavorable de todo lo que tenga algún resabio mitológico. En nuestra cultura, si decimos que algo es un "mito", queremos decir que es falso, que es una fantasía primitiva o simplemente tomar deseos por realidades.
Vivir mitológicamente quiere decir empezar a abrirse a un mundo en expansión, sin demarcaciones. No significa que renunciemos por completo al mundo convencional de las demarcaciones para retirarnos a un ámbito de fantasías míticas (un estado ciertamente peligroso), sino más bien a abrirnos a la trascendencia mitológica e integrar su percepción en nuestro mundo convencional, revitalizando la existencia al volver a conectarla con una fuente mucho más profunda que ella misma. En cuanto el individuo comienza a reflexionar sobre su vida a partir de la visión de los arquetipos y de las imágenes mitológicas comunes a toda la humanidad, es posible que su percepción empiece a adquirir una perspectiva más universal. Ya no se mira con sus propios ojos, lo que de algún modo comporta un prejuicio, sino con los ojos del espíritu colectivo de la humanidad. Ya no está exclusivamente preocupado por su punto de vista personal. Deja de estar identificado exclusivamente con el ego o con el centauro, y deja de estar sofocado por problemas y dramas puramente personales. Encontramos a este testigo transpersonal desidentificándonos de todos los objetos, ya sean mentales, emocionales o físicos; es decir, trascendiéndolos. Así cualquier emoción, sensación, idea, recuerdo o vivencia que le perturbe a uno, es simplemente algo con lo que se ha identificado de manera exclusiva, y para poner fin a la perturbación es necesario des-identificarse de ese algo. Dejar que todo eso se desprenda de uno al darnos cuenta de que nada de eso es uno, puesto que puede verlas, no pueden ser el auténtico Ser que ve, el Sujeto. Y como no son su verdadero ser, no hay razón para que se identifique, se aferre o se deje esclavizar por ellas.
Cada vez que nos identificamos exclusivamente con (o nos apegamos) la persona, el ego o el cuerpo, cualquier cosa que amenace la existencia o las normas de ellos nos da la impresión de que amenazara nuestro propio Ser. En tanto sigamos apegados a ellas habrá un esfuerzo por manipularlas. Al entender que no son el centro ni el ser, ya no insultamos a nuestras aflicciones, no clamamos contra ellas ni las tomamos a mal, no intentamos rechazarlas ni nos complacemos en ellas. Cada cosa que hacemos por resolver una aflicción no hace más que reforzar la ilusión de que somos precisamente esa aflicción. El intento de escapar de nuestras aflicciones no hace más que perpetuarlas. Lo que tanto nos perturba no es lo que nos aflige, sino el apego que le tenemos. Nos identificamos con lo que nos aflige, ahí radica la verdadera dificultad. Es importante afirmar que no porque una persona comience a establecer contacto con las bandas transpersonales, e incluso pase totalmente a ellas, pierde acceso a ninguno de los niveles superiores del espectro ni deja de controlarlos. Recuérdese que cuando un individuo desciende de una identificación exclusiva con la persona a otra más plena y más exacta con la totalidad de su ego, no pierde acceso a la persona, sino que tan sólo deja de estar apegado a ella. Lo que se disuelve cuando uno desciende del nivel de la persona al nivel del ego no es la sombra ni la persona, sino la demarcación y la batalla existente entre ellas.
Al establecer contacto con el ser transpersonal seguimos teniendo acceso a todos los niveles que están por encima de él. Sin embargo, ya no se sentirá atado, ligado o limitado a esos niveles. Esto podría hacernos pensar que entonces trataríamos a nuestro organismo con el desdén que en ocasiones, mostramos hacia el entorno. Pero sucede todo lo contrario, empezamos a tratar a todos los objetos del entorno como si fuesen nuestro propio ser. Esta actitud representa la intuición de que el mundo es realmente nuestro propio cuerpo, y como tal ha de ser tratado. En el nivel transpersonal empezamos a amar a los otros, no porque ellos nos amen, nos afirmen, nos reflejen o den seguridad a nuestras ilusiones, sino porque ellos son nosotros. Dentro de nosotros hay algo (esa profunda sensación interior de yo–idad) que no es recuerdo, pensamiento, mente, cuerpo, experiencia, entorno, sentimientos, conflictos, sensaciones ni estados de ánimo. Éso es lo que el transcurrir del tiempo deja intacto y es el testigo, el Ser transpersonal.
Como la conciencia de unidad es conciencia del momento intemporal, está totalmente presente en el ahora, y como es obvio, no hay manera de alcanzar el ahora, de llegar a lo que ya es. Parece una conclusión extraña o por lo menos decepcionante, sobre todo tras dedicar tanto tiempo a explorar algunas de las maneras prácticas con las que podríamos entrar en contacto con los demás niveles del espectro. Hay ciertas prácticas, técnicas y disciplinas que podrían facilitar el descenso a cualquiera de los demás niveles. La situación es algo diferente en el "nivel" de la conciencia de unidad, porque ahora ya no se trata de un estado parcial. La conciencia de unidad lo abarca todo, de forma muy semejante a como un espejo incluye a todos los objetos que refleja; no es un estado diferente o aparte de otros estados, sino la condición y la verdadera naturaleza de todos los estados. Si fuera diferente de cualquier estado implicaría un límite, algo que la separaría de nuestra conciencia presente. La conciencia de unidad no tiene límites ni demarcaciones, de manera que no hay nada que la separe de nada. En sentido estricto, no hay sendero hacia la conciencia de unidad. No es un estado futuro que resulte de alguna práctica, porque implicaría que la conciencia de unidad tiene un comienzo en el tiempo, que ahora no existe, pero existirá mañana. Eso haría de la conciencia de unidad un estado estrictamente temporal, lo cual no es en modo alguno aceptable, porque la conciencia de unidad está eternamente presente.
En cada caso opera un tipo diferente de resistencia, y para manejarlas se han elaborado técnicas diferentes, cada una de las cuales es válida y adecuada en su propio nivel. Cada nivel del espectro se caracteriza entre muchas otras cosas, por una manera distinta de resistencia. En el nivel de la persona, nos resistimos a la unidad con la sombra en todas sus formas. En el nivel del ego, nos resistíamos a la unidad con el centauro y a todas sus cualidades. Y finalmente en el nivel mismo del centauro, y extendiéndose hacia las bandas transpersonales, encontramos la resistencia fundamental y primordial: la resistencia a la conciencia de unidad. En realidad no queremos la conciencia de unidad, sino que estamos siempre eludiéndola. Debemos enfrentarnos a esta resistencia en vez de intentar acercarnos a la conciencia de unidad en sí. Mientras no veamos exactamente de qué manera nos resistimos a la conciencia de unidad, todos nuestros esfuerzos por "alcanzarla" serán en vano, lo que tratamos de alcanzar es también aquello a lo que inconscientemente, ofrecemos resistencia y tratamos de impedir. Aquello que deseamos fervientemente en la superficie, lo evitamos en las profundidades con rotundo éxito. Y en esta resistencia radica nuestra verdadera dificultad. No avanzamos hacia la conciencia de unidad, sino que nos limitamos a comprender por qué siempre nos apartamos de ella.
En general, existe una resistencia a la cualidad total de la experiencia presente, y no se trata sólo de resistencia a una experiencia presente determinada o a cierto aspecto definido y evidente de ella, sino del presente global, en todas sus dimensiones. Tenemos una mala disposición a mirarlo todo, exactamente tal como es, en este momento. Tendemos a desviar la vista, a retirar la atención de lo que es, a evitar el presente en todas sus formas. Y como tendemos a mirar hacia otra parte, tendemos a movernos hacia otra parte, nos apartarnos. Esta "pérdida" de la conciencia de unidad nos arroja a un mundo de demarcaciones, espacio, tiempo, sufrimiento y mortalidad. Todos nuestros deseos, necesidades, anhelos e intenciones son, en última instancia, "gratificaciones sustitutivas" de la conciencia de unidad; pero sólo nos satisfacen a medias, y por consiguiente, a medias nos frustran. De modo que aunque lo único que desea fundamentalmente el individuo es la conciencia de unidad, lo único que siempre hace es resistirse a ella.
Al intentar continuamente apartarnos del ahora, reforzamos continuamente la ilusión de estar fuera del ahora. En el momento en que nos resistimos a la experiencia presente, necesariamente lo dividimos en una experiencia interior, que sentimos como el que ve, experimenta y actúa, opuesto a una experiencia externa, que sentimos como lo que vemos y experimentamos, como aquello sobre lo cual actuamos. Nuestro mundo se escinde en dos, y entre lo que uno es, el que experimenta, y lo que uno no es, lo experimentado, se establece una demarcación ilusoria. La evolución del espectro ha comenzado; se ha iniciado la guerra de los opuestos. Cuando uno ve esta resistencia en cada movimiento que hace, de manera totalmente espontánea abandona por completo la resistencia. Y el abandono de esta resistencia es la apertura a la conciencia de unidad, la realización de la conciencia de aquello que no tiene fronteras. Si no ve que todas sus acciones son resistencias, seguirá creyendo que puede hacer algún movimiento para alcanzar la conciencia de unidad.
La verdadera práctica espiritual no es algo que hagamos durante veinte minutos diarios, o algunas horas al día. No es algo para hacer una vez al día, por la mañana, una vez por semana o los domingos. La práctica espiritual no es una entre tantas otras actividades humanas; es el fundamento de todas la actividades humanas, su fuente y su validación. Es un compromiso previo con la Verdad Trascendente, vivida, respirada, intuida y practicada durante las veinticuatro horas del día.
El tesoro de "La Conciencia sin Fronteras"
Tal como he mencionado al inicio, cuando alguna experiencia nos lleva por el camino de preguntarnos ¿Quien soy?, es considerable la confusión en la que podemos encontrarnos ante la gran variedad de enfoques, tanto orientales como occidentales. Y aunque en apariencia parece como todas esas diferentes escuelas se encuentras en abierta contradicción, por que no solo diagnostican diferente la causa del sufrimiento, sino que también prescriben métodos distintos para aliviarlo, la conciencia sin fronteras nos ayuda a comprender de que manera nos fragmentamos, nos separamos de nuestro entorno y de nosotros mismos al fracturar nuestra experiencia por medio de limites creando fronteras iluosioras, es decir realizamos una división falsa de lo que percibimos creando diferentes niveles en el espectro de la conciencia. Ahí es donde radica el tesoro de la conciencia sin fronteras, por que nos ayuda a comprender que todos nuestros conflictos, angustias y sufrimientos se generan a partir de las demarcaciones que equivocadamente le imponemos, y además nos ayuda a comprender de qué modo creamos esas demarcaciones y cómo podemos abordarlas para superar nuestros conflictos. Por lo general, nos hemos dedicado a tratar de establecer cuales escuelas de desarrollo humano son las correctas, y aquellas que no comprendemos con mucha facilidad las tachamos de charlataneria o pseudociencia. Ken Wilber nos ayuda a comprender que los diversos médicos del alma se dirigen de un modo válido a diferentes niveles de la conciencia, de esa manera quizá podamos escuchar más abiertamente lo que cada uno a su manera tiene que decirnos respecto al nivel del que se ocupa. Y si nuestro sufrimiento se da en ese nivel, escuchemos atentamente lo que pueda decirnos, y quizá nos ayude a ver el significado de nuestro tipo particular de sufrimiento, a soportarlo a conciencia, comprenderlo, y por ende, a trascenderlo.
“Cada frontera que trazamos en nuestra experiencia tiene como resultado una limitación de nuestra conciencia: una fragmentación, un conflicto, una batalla.”
Ahora es tu turno: ¿En qué nivel del espectro te encuentras? cuéntamelo en comentarios.
Gracias por leerme, si te ha gustado compártelo
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