Emociones: el vehículo que une el consciente con el inconsciente
- Aarón Pérez
- 6 jul 2021
- 7 Min. de lectura

“Gran parte de la información emocional la procesamos de forma inconsciente y afecta a nuestra manera de pensar. Es decir, razón y emoción se combinan en nuestra vida cotidiana, sin que seamos conscientes de ello”, explica Manuel Martín Loeches, profesor de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y coordinador de la sección de Neurociencia.
Las emociones son el vehículo que une el consciente con el inconsciente. Razón y emoción se combinan en la vida cotidiana de forma constante e inconsciente. El cerebro se encarga de procesar de manera inconsciente tanto las emociones explícitas, como las subliminales. El inconsciente no entiende de razones, simplemente se limita a sentir la emoción que el sistema cognitivo vive, y se expresa en el sistema límbico, que es el centro de la inteligencia emocional. Los principales centros del sistema límbico son la amígdala, el hipocampo, el hipotálamo y el tálamo. En el ser humano, estos son los centros de la afectividad que procesan las distintas emociones que nos permiten experimentar penas, angustias y alegrías intensas.

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Una de las ideas que se han extendido fuertemente dentro de la cultura popular, es la creencia de que el cerebro humano tiene una parte racional, y otra emocional. El cerebro emocional, heredado de nuestros antepasado primitivos, es aquel que nos permite tener emociones, sentimientos e impulsos difíciles de reprimir, mientras que el cerebro racional es aquel que se encarga de realizar el análisis concienzudo y lógico de las situaciones que experimentamos o imaginamos. La idea de que tenemos un cerebro emocional es hasta cierto punto una manera excesivamente imaginativa de entender toda la red de conexiones de nuestro cerbero. El sistema límbico está profundamente interconectado con otras áreas del cerebro que no estan directamente identificadas con lo que conocemos como emociones. Hay que tener en cuenta que hablar de un cerebro emocional, es una forma de poder contraponer este concepto al de un cerebro racional, el cual esta representado por las zonas más superficiales del lóbulo frontal y el parietal. En el caso del sistema límbico, se sabe que se trata de un conjunto de estructuras que dentro de nuestra linea evolutiva, son de las mas antiguas. Pero la idea de que dentro de nosotros existe una parte que esta hecha para pensar de forma racional con una cierta autonomía, es prácticamente una ilusión.
La racionalidad no es innata
Algunos de nuestros antepasados vivieron solamente con el sistema límbico, lo que implica que no tenían la capacidad para pensar, y seguir las pautas de lo que entendemos como racionalidad. El pensamiento racional en el ser humano, históricamente es mas bien una excepción. No se trata solamente del hecho, de que la mayoría del tiempo no pensamos de forma racional, se trata de que la racionalidad no existia tan solo hata hace unos pocos miles de años. La aparición del pensamiento racional, surge mas bien de regiones cerebrales dentro de las cuales se encuentra el sistema límbico, y no al contrario. Gracias a una transmisión de señales de alta velocidad que permite al sistema límbico y al neocórtex trabajar juntos, podemos gestionar nuestras emociones.
Los investigadores J.F. Fulton y D.F. Jacobson, de la Universidad de Yale (Estados Unidos), aportaron pruebas de que la capacidad de aprendizaje y la memoria requieren una amígdala intacta. Pusieron a unos chimpancés delante de dos cuencos de comida. En uno de ellos había un apetitoso bocado; el otro estaba vacío. Luego taparon los cuencos. Al cabo de unos segundos se permitió a los animales tomar uno de los recipientes cerrados. Los animales sanos tomaron sin dudarlo el cuenco que contenía el apetitoso bocado, mientras que los chimpancés con la amígdala lesionada eligieron al azar: el bocado apetitoso no había despertado en ellos ninguna excitación de la amígdala, y por eso no lo recordaban.

El neocórtex puede controlar algunas emociones, actúa como una especie de filtro que deja pasar unas emociones y bloquea otras. En consecuencia, las emociones rechazadas buscan su expresión en el inconsciente, y allí quedan guardadas a la espera de poder manifestarse en el futuro. Otra estructura fundamental del sistema límbico es el hipocampo. Su función principal es recordar, pues se encarga de fijar la situación estresante en el espacio tiempo. La emoción que el individuo experimentó en ese momento es el vínculo que lo mantiene unido al neocórtex. Esta emoción es la clave de todo el proceso, ya que es la que permite recordar. Podemos clasificar las emociones en dos grandes grupos: las primarias y las secundarias.
Primarias o básicas: Aquellas más elementales y vinculadas con respuestas inmediatas a un estímulo, como pueden ser la tristeza, la felicidad, la sorpresa, el asco, el miedo y la ira.
Secundarias: Aquellas más elaboradas y que surgen a partir de las emociones básicas, como pueden ser la alegría o la satisfacción, más cercanas a sentimientos en la medida en que gozan de una mayor elaboración psíquica. A la emoción secundaria tambien se le denomina emoción social. Es la políticamente correcta, la que enmascara a la emoción primaria u oculta. Esta es reprimida por la conciencia y se queda guardada en el inconsciente biológico. Se le llama oculta en analogía con el término sombra empleado por Carl Gustav Jung.
No es posible hablar de un listado para cada grupo de emociones, por que mientras para un individuo una emoción puede ser primaria, para otro puede ser secundaria.
Emociones heredadas de nuestros antepasados
Existe otra emoción muy importante para desprogramar o desaprender. Se trata de la emoción transgeneracional, la que nace con nosotros, la que heredamos de nuestros ancestros. Es el tipo de emoción predominante en aquellas personas que, al ser preguntadas sobre su estado anímico, contestan: "Desde siempre estoy triste". Delante de experiencias dolorosas o traumática, una de las formas de reaccionar es tratarlas de olvidar. Muchas veces en ese momento no se tiene tiempo o permiso para poder expresar y sentir las emociones. Pero estas emociones reprimidas no quedan en el olvido, y algún miembro posterior del sistema familiar, aunque desconozca la experiencia vivida por el antepasado, volverá a vivir algo similar, o quizás ya sentirá desde el momento de su nacimiento, aquella emoción reprimida por su antepasado. Es lo que denominamos la herencia transgeneracional.
Por último, la emoción sublime, la más importante, la que manifiesta nuestro estado real de desaprendizaje, es la emoción del ser, aquella que el individuo experimenta cuando toma conciencia de la emoción primaria u oculta, que no le permitía realizarse en congruencia con su vida habitual. Cuando la persona se libera de la emoción oculta, siente en su interior una gran coherencia interna y un estado de paz, que le permiten adaptarse a cualquier situación de forma saludable.
El camino que sigue la emoción oculta
La emoción oculta o primaria, la no expresada, la reprimida, queda grabada en nuestro inconsciente y sigue un proceso biológico que vamos a tratar de explicar de una manera sencilla y comprensible (Figura 2).

Imaginemos una situación impactante: somos testigos presenciales de un accidente grave en la carretera en el que se ve implicado el coche que va delante, en cuyo interior viajan unos seres queridos. Este estímulo provoca en nuestros cerebros una reacción de estrés y de máxima atención, y automáticamente todos nuestros sentidos se ponen en marcha. Esta información (visual, auditiva y cenestésica) es procesada por los sentidos en paquetes de ondas de información que son enviadas al hipocampo. Este fija el accidente en el espacio-tiempo, con la correspondiente emoción proyectada por la amígdala. Toda esta reacción en cadena se envía hacia al córtex, y el córtex motor da una respuesta a lo que acontece en el exterior, es decir, al estímulo aversivo (la situación impactante). Si esta respuesta es reprimida y bloqueada por el mismo córtex debido a creencias, tabús, prejuicios o aprendizajes, la emoción queda ocultada, reprimida.
Noción de umbral
Todos tenemos un nivel de tolerancia a los estímulos exteriores que nos impactan emocionalmente. La gestión de las situaciones emocionales, que llamamos conflictos emocionales, es muy diferente para cada persona y está sometida a programas aprendidos, que muchas veces son ancestrales o se gestaron en el útero materno o a edades muy tempranas. Lo que debe quedar claro es que para que un estímulo dispare todas las alarmas del inconsciente biológico, debe ser impactante, al menos lo suficiente como para que este impacto emocional súbito sobrepase el umbral de tolerancia psíquica del sujeto. Entonces este pasa de un estado de normotonía, con los ciclos diurnos y nocturnos normales, a un estado de estrés. Para que esto suceda, el estímulo debe cumplir unos criterios:
Es imprevisto e inesperado. Sobreviene de golpe, en un momento preciso, lo que deja una huella neuronal. Se trata de una situación muy concreta, un instante en el que todo nuestro mundo se desmorona.
Es muy dramático. Se produce una fuerte obnubilación, cuesta pensar y tomar decisiones. El cerebro, especialmente el córtex, queda colapsado.
Se vive en aislamiento. No se puede comunicar, porque uno así lo cree o porque es totalmente imposible.
No hay solución. No hay salida, no sabemos qué hacer. Solamente nos queda sufrir la situación.
Hay otra manera de sobrepasar este umbral de tolerancia psíquica. Se trata de un proceso más lento al que llamamos impacto emocional acumulativo, en el que cada impacto por sí mismo no tiene la capacidad de superar esta barrera psíquica de la persona, pero las experiencias repetitivas se acumulan hasta que llega un momento en que el sistema psíquico de protección cede, revienta de alguna forma, y se entra en un estado de estrés crónico. En estas situaciones están presentes los mismos criterios que hemos mencionado antes.
Ahora es tu turno: ¿consideras que podemos tomar decisiones racionales? cuéntamelo en comentarios.
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Referencias:
"Encontrarte a ti mismo, por ti mismo"
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